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jueves, 11 de diciembre de 2014

Contenido explícito ♦♦


-Vale, él es un tipo súper normal. Nada fuera de lo común. Digámoslo de este modo: es de ese tipo de personas que jamás ha fracasado pero que aún así nota que no ha conseguido el triunfo que esperaba. Trabaja demasiado a desgana y ha desarrollado mucha vida interior en tanto que hacia fuera actúa por inercia practicada. 

Ese día llega a casa... 

-¿Qué día?

-Ah... Hm... Fuera está chispeando. No se esperaban lluvias a esas alturas de la semana, así que volvía ligeramente humedecido y sin paraguas. Su pelo sí que estaba mojado, propiamente hablando. Empezaba a notar gotas consistentes alrededor de sus orejas y en la nuca.

-¡Me encanta el pelo mojado!

-Shhh, calla o no sigo.
Llega con la cabeza mojada. Entra, hace ruidos que alertan de su presencia. Va a la cocina, al baño y por último al salón. Va soltando prendas aquí y allá hasta quedarse solamente con los pantalones y la camiseta interior blanca de algodón.

-¿Y ella?

-Ella no está en el salón, ni en la cocina, ni en el baño, ni en el pasillo que lo conecta todo. Él sube las escaleras y va al dormitorio. La puerta está abierta. Desde dentro sale una luz anaranjada (de la bombilla en la lámpara de la mesilla, no la del techo) y un olor que lo pone en guardia: huele a jabón. Ella debe de haberse dado un baño antes de su llegada. Ahora está sentada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero. Tiene las piernas enfundadas en unos vaqueros viejos con un roto en uno de los extremos del muslo. La mirada de él se atasca unos momentos en ese trozo de piel al aire. Ese trozo de piel al aire. Al levantar la vista se encuentra con esa mirada ácida y perversa que le dice algo así como ''¿otra vez tú?" Entre sus manos sujeta un libro. Él lo ve entre sus piernas, apoyado sobre los muslos flexionados. 

-¿Cuál?

-No lo sé. ¡No me interrumpas cuando me estoy deleitando!
El caso es que ella le habla en un tono de eterno reproche, incluso sin reprocharle nada. Incluso al pedirle que saque la basura, su gesto parece añadir un ''que hace siglos que no la sacas''. O al menos así es como lo percibe él. Apenas atiende a sus palabras, solo sostiene su mirada con actitud ausente. En su mente ya se están desarrollando acontecimientos muy lejanos a la discusión que ella quiere comenzar. Ella se incorpora un poco juntando sus rodillas. La tensión de la tela del pantalón aumenta sobre la piel y todo lo blando que habita debajo de esta busca alivio en el agujero de la tela, precipitándose hacia allí. Nada de esto pasa desapercibido para él. Al contrario; este leve gesto hace estallar algo en alguna parte de su ser cercana a la jaula de la locura. Se dirige a la cama, se sube de rodillas y pone cada una de sus manos en las rodillas de ella. La mira de frente, al otro lado de la cordillera de sus piernas dobladas. Ella está entre la expectación y el recelo. No entiende la mirada que le está dedicando el otro.

Él comienza a separarle las rodillas. Ella se resiste un poco, dado que aún no sabe a qué atenerse. La mano de él vuela desde su rodilla, entre sus piernas, hacia su vientre. Allí descansa el libro. Hace presa, tira y es suyo. Lo lanza por encima de su hombro, al suelo de la habitación. Los dedos de ella quedan lánguidos en su regazo vacío. Pero se recompone de inmediato. Cierra violentamente las piernas y se yergue para estar a mayor altura. ''No había marcado la página'' le dice. ''Además, ¿a qué viene eso de tirarlo? Es un libro valioso. ¿No podías haberme pedido simplemente que dejase de leer? No, tienes que ser raro, tienes que ser tú siempre. ¿Qué te pasa por...''
Estas últimas palabras son como un suspiro, como la respiración acelerada que acompaña al vértigo.
Y esto es así porque mientras ella hablaba, él colocó las manos en sus tobillos. Un tirón contundente hizo que el edredón se deslizara sobre el colchón arrastrándola, otorgándole un tono de asfixia a su voz.

-Dime cómo tiene el pelo ella. Me la estoy imaginando, pero no sé si es como yo la veo.

-Lo tiene rojo y recogido en un moño. Un peinado cómodo para estar en casa leyendo después de un baño, con los vaqueros viejos rotos a la altura del cachete.

-Me pregunto qué habría estado haciendo todo el día...

-Shh... Él ahora tiene las piernas de ella entre las suyas, extendidas. Digamos que está a horcajadas sobre los muslos de ella, que ahora está casi tumbada. Se ha incorporado tras su emboscada, clavando los codos a ambos lados. Hacer esto y gritarle un ''¿¡Qué haces!?'' es todo uno. Se miran: él como si fuese sordo y ella cada vez más crispada. Es una mujer de carácter. Él ni se inmuta, solo la retiene con ambas manos sobre sus piernas y el propio peso de su cuerpo.
Lo siguiente que hace es flexionarse hacia delante, hasta tocar con la nariz el vientre de ella. Aspira el aroma y nota el calor y el tacto del vello dorado que cubre su piel. Ella por su parte nota el placentero roce de su respiración justo por encima de su ombligo. Pero algo le impide dejarse llevar y la mantiene alerta. Lanza sus manos para detenerle, lo que la deja totalmente tumbada, con la cabeza sobre la almohada. En cuanto nota los dedos de ella sobre su cabeza, la agarra por las muñecas, se incorpora lentamente y clava sus manos unidas por encima de la cabeza de ella. Esto provoca una risa sarcástica por parte de la cautiva, que está sorprendida por el rumbo que han tomando los acontecimientos. Pero él no se detiene, no se siente aludido, no presta atención a nada que no entre dentro de sus planes. Hábilmente se las apaña para sujetar ambas manos con una sola de las suyas, quedando la otra libre para hacer y deshacer. En seguida ella comienza a luchar con más intensidad; no le gusta sentirse indefensa ni sometida. Se llena de una ira sorda que solo encuentra salida por sus ojos, que lo fulminan. Pero ya no dice nada.
La mano que le queda libre a él va a parar a la base del cuello de ella, sobre sus clavículas, y la presiona contra la cama. Quiere quitárselo de encima, pero su pulso acelerado la delata. Él sonríe ante este descubrimiento inesperado. Ella lo ve y se vuelve más arisca todavía. Clava sus uñas en la mano que la retiene, pero no consigue reacción por parte de su captor. Parece querer volver a retomar la conversación, pero él se acomoda sobre ella, se flexiona de nuevo y le dice al oído ''No me hables con la boca, cariño''. Esto es lo primero que dice desde que salió de trabajar y se despidió del portero del edificio. Luego muerde y besa su camino desde su oreja hacia abajo, hacia el cuello. Su cuerpo se tensa sobre ella, que lo nota. Sigue resistiéndose pero es incapaz de negarse a sí misma el placer que siente ante este nuevo contacto tan olvidado. Su pulso sigue en aumento y la sangre se vuelve densa en la cabeza, afectando al razonamiento.
Él se yergue sobre sus rodillas y afloja la presión sobre las piernas de ella. ''Date la vuelta'' le dice. Ella quiere responder algo, pero se lo piensa mejor y se gira a regañadientes. Durante la maniobra, que pasa por pasar una pierna sobre la otra en el reducido espacio que él le deja, no se priva de intentar golpear por accidente la entre pierna del que la retiene. Por eso, en cuanto está tumbada boca abajo recibe una contundente mano en la nalga. Él casi pierde la visión en un torbellino de placer oscuro que cubre su mente como la réplica de un terremoto surgido en el contacto de la mano y la pierna. Se siente muy atrevido, muy osado. Ella se ha sobresaltado, no lo esperaba, pero la adrenalina liberada hace que se sienta más eufórica que molesta o dolorida.
La mano que queda libre sube por la espalda de ella. La que se queda abajo, en el muslo, aprieta con fuerza la tela del pantalón. 

-No has dicho qué lleva ella de cintura para arriba.

-Una camiseta cualquiera. La que se pone alguien que no va a dejarse ver mucho. 
La mirada de él adelanta a la mano y cae sobre el poco elaborado moño que corona su cabellera. Para cuando la mano llega, arrastrando la camiseta consigo, el movimiento ya está planificado. Los dedos de él entran desde la nuca, entre las raíces del color del cobre y suben surcando el pelo. Inmediatamente una oleada de endiabladas descargas corren desde los dedos de él sobre la cabeza de ella, incrustándose como un difuso placer en el fondo del cráneo. Continúan las descargas, que llegan en rachas y se intensifican cuando él comienza a tirar de su pelo hacia atrás. 
Las rodillas de ella se flexionan y comienza a elevarse. Un brazo sigue a una mano que levanta el vuelo en una nalga y va a parar a una cadera que se acerca solícita. Desde allí la mano torna de ave a reptil y sube reptando sobre su viente, el vientre de ella. A medida que esto ocurre, él la va acercando hasta que su torso contacta con su espalda y su boca con su nuca. La mano reptil muerde el fruto maduro que es su pecho. Todo sucede al amparo de una camiseta que empieza a sobrar. Así dispuestos, ella se termina de rendir y comienza a reconquistar su placer. Sus manos van al pelo de él, donde se enredan en caricias y tirones. 

-¡Es tan emocionante que me siento culpable solo con oírte!

-A ella también le gusta oírle hablar cerca, con la boca pegada a su oreja. El calor del aliento sobre la piel, nuevas ráfagas de un dulcísimo abandono. Una mano comienza a moverse por el vientre de ella. Se encuentra con un rastro de hilos sueltos y al instante le viene a la memoria el estratégico agujero en la tela. Un movimiento suave, una curva desde la pelvis hacia dentro, siguiendo la línea de la ingle. Los dedos están fríos y cuando impactan contra la carne desnuda provocan un estremecimiento. Ella responde a este envite acomodándose contra él. Él le dice ''desnudate''. ''Tú también'', le responde. Los jadeos ya son evidentes. Desnudos de cintura para arriba comienzan a besarse con dificultad. Pero se besan. Ella está inquieta, no puede controlar una cadencia de movimientos, que se van haciendo cada vez más violentos. No puede evitar huir hacia delante, doblándose hasta alcanzar la cobertura de la cama y cerrar las manos sobre ella. Él la busca y la muerde en la espalda. Luego gira la cabeza y pega su oreja sobre ella. Oye el retumbar de una taquicardia aguda y nota una inmensa urgencia. Los pantalones de ambos desaparecen como en un sueño. Y luego esa frenética desesperación. La pérdida total. Toda su realidad se convierte en esa cama, y todo es tragado hacia su centro, como el agua en un sumidero, como una galaxia....

-¿Y qué significa eso exactamente? ¿Qué ocurre cuando aparecen las estrellas y eso?

-Ah... Quiero creer que aún eres joven para esas cosas. Algún día dentro de no mucho descubrirás nuevas cosas respecto a la relación entre dos personas que se aman. Pero no seré yo quien te hable de ellas.

-¡¿Qué?! ¡No! ¡¡No te atrevas!!

-Vamos vamos, no te pongas así. Si quieres puedo contarte qué estuvo haciendo ella durante la tarde.

-¡No me interesa! ¡Quería saber lo que estaba haciendo! No puedes ocultármelo, sé que algo pasa y sé que tiene que ver con algo ahí abajo, pero no consigo entender qué puede relacionar lo de abajo de una persona con lo de otra. ¡Alguien me lo tiene que decir! Y si no me lo dices considera nuestra amistad terminada.

-Está bien. Prometo contártelo. Otro día.

-Eres lo peor.

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