Cosas que yo pienso y tú disfrutas. La fruta madura casi podrida, de verde que está y de asco de un jardín que se muere porque se mata. Estaba loca, y estaba loco, y engendraron loquitos con excusas. Y aunque vinieron y vienen bañaos en sangre no quieren irse manchados, ni estarlo mientras que están. Estamos. Hartos, de nosotros mismos. El que no, se es muy indulgente; se da el capricho de sostener una moral en pie cuando todo está segao por el tallo. Ya lo vemos, todo; el horizonte y todo. Junto forma algo, ese algo que rebota entre las sienes y es verdad absoluta incompleta: tú no ves nada. ¿Quién eres? ¿Existiría la duda si no le dieses vida en preguntas?
Llámame si tu vida da un giro horrible y tienes que recomponerte de cachos y despojos de tu historia mancillada, de tu media cara en ceniza que explotó por ideales que no eran tuyos, ni lo son. Todas las voces a la vez son a penas un murmullo, según la distancia, y se pierden en el fuego de muchas estrellas. Hasta la fantasía se pudre y vuelve a la tierra.
Si pudiéramos amarnos lo haríamos. Si pudiera ser más claro tendría menos sentido en tanto que no querría, como el que canta a plena voz pudiendo declamar en susurros. Tú me escuchas, sí, pero no me bastas.
¿Sabías que las gaviotas madrugan? Y la hierba buena hay que podarla o se asalvaja. Como mis deseos, o los tuyos. La gaviota que no quiere, la hierba buena rascando calor del suelo del patio y yo mirando en otro momento, en otras partes, como con los acordes de luces de plata, arde el monte. Se huele. Da calor. Como un amante: la destrucción que habita en cavernas del sueño y la negación. Tu vecino el que siempre saludaba ahora camina con la cabeza tapada con voz en off. Tú nunca. Tú no. Tú no tendrás nunca voz en off que les cuente tus hazañas. Como alcanzar el mando sin ponerse de pie, fingir que comes o pillarlo bien comportao.
Actúa como quieras que del resto se ocupan ellos. Y en tus privacidad disfruta. En público sé puta y escapa de la picadura de la hormiga de arriate. En tu casa, solo o con tus muertos, disfruta de la flor de cáñamo y el rosal, el limonero, la fruta que no es de plástico, la que da miedo por sucia, la que comen los pájaros. Si está malo es por nosotros.
Pulmón de acero y aceites, ahora tu montura; y plomo acelerado para el enemigo de tu amigo. No me hables de conflictos lejanos; explicame, si puedes, los motivos por los que no me abalanzo a tu cuello y te arranco, digamos, la carótida. Seguramente porque tengo otras cosas que comer con mis dientes de ratón-obeja. ¿Cuánto tiempo aguantarán la dieta sólida?
Yo te explicaré de forma improvisada, muchos motivos que me impiden lanzarme a tu frente y besarte y ser tu hermano: algo canta desde siempre en mi interior y su melodía son tambores muy antiguos. Tam-tam- tam. Poco. Me quejo más de lo que en principio debería. Dios nos dio bocas para ser gilipollas y decir en un enfado la verdad y en una cita los embustes. Nos dió un par de manos y nuestro principal error a la hora de complacer a otros es intentarlo complaciendonos a nosotros mismos. La dificultad es lo que le da sentido. El sacrificio. Te lo doy cuando no quiera dártelo porque lo que siento trasciende las circustancias puntuales.
Lejos de mi. El miedo solo está en la televisión. Un niño, dos, tres, cuatro, ocho, dieciséis, tralarí tralará. Unos padres que, un entorno, acceso precoz a internet... Y la pretensión de entendernos, de tener ya tantas claves que el resto de la partitura pueda ser interpretada con la intuición y el precedente. Todo está hecho.
Yo digo: nacido, hombre, atrapado en tantas esferas que no elegí y totalmente incapaz de saber dónde está el hogar. Indagando con todo lo que está a mi alcance en la lucha por comprender y preveer. Comenzando a ver que mi visión solo abarca un minúsculo trozo del diseño completo. Me llegan mensajes como ráfagas de viento y nunca hay una verificación. Mientras tanto, conjeturas, ideas, chorradas al fin y al cabo. Un nudo en la mayor red, y yo intento roer un trozo, por ver la sección, con mis dientecillos de obeja-ratón.
No les creo, y esa falsa seguridad va a acabar con muchos. Y todavía se salvarán los suficientes para seguir. La criatura que vive en el centro de cada persona demanda sangre. Y que brote por un solo significado: violencia.
Por supuesto, todo esto no es más que ficción. Mi ficción.
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