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domingo, 27 de julio de 2014

Amor-bido

El anciano mamporrero Shashamu era conocido en toda la comarca por sus historias. Se decía que era muy, muy viejo y que había viajado mucho más que muchísimo aunque menos que un montón. Por esto, el viejo Shashamu solía alardear de que conocía cien pueblos distintos y mil historias de cada pueblo. Y aunque pudieran parecer demasiados pueblos, y sin duda demasiadas historias, lo cierto es que muchos de esos viajes los realizaba sentado bajo una vieja higuera que crecía salvaje en la huerta de su tía-abuela Consorcio. Al parecer, bajo este árbol solían proliferar en los meses sin ''r'' unos extraños tallos que, al ser masticados, conferían el don de la clarividencia, además del aliento de una mula que llevase semanas muerta al sol.
Esa tarde de junio, los niños se sentaron -a una distancia prudencial- alrededor del abuelo Shashamu, esperando a que este recobrase la consciencia y comenzase a contarles una de sus fantásticas historias. El abuelo, tras largo rato de ausencia, se encajó la mandíbula de la que pendían tres densos hilos de saliva y un tallo verde, y en todo digno, comenzó a contar:
-Será una vez, en un reino no demasiado lejano, una pareja de hermanas de padres distintos que vagarán por esta tierra para cumplir un gran destino. Acercaos, pequeños gorriones, y dejadme que os cuente qué destino es ese...

***

''¡Hostia puta! Menuda mole.'' Fue lo único que se le vino a la cabeza al joven Wolfgang cuando vio entrar en su tienda de asientos para water a esa inmensa figura femenina ataviada en un traje de novia que parecía pedir socorro en cada movimiento de la imponente hembra. En sus veinticinco minutos como dependiente en Hundertwasserhaus jamás había visto algo parecido a esa ingente cantidad de humano introducida a presión en lo que, por otro lado, parecía un bonito traje nupcial hecho con la tela del paracaídas de la sonda Apolo 11. Cuál fue su sorpresa cuando, tras la primera bestia bípeda, apareció algo parecido a un hobbit con los pies pequeños. Un examen ulterior le indicó que se trataba de otra hembra, posiblemente humana. Esta también vestía el blanco, con velo y cola incluidos. ''Bueno, al menos no tendré que barrer...''
El joven Wolfgang, hijo de una familia de mendigos austriacos venidos a más, decidió observar con detenimiento a las dos muchachas que despertaban una gran curiosidad en él. 
Comenzó por la de mayor tonelaje. Supuso que esto se debía simplemente a la gravedad que ejercía tal cantidad de materia en movimiento. La chica -apelativo solo de cortesía- era total y absolutamente negra, a excepción de sus ojos, sus dientes y las palmas de las manos. Unas manos hipercalóricas como zarpas de oso sin pelo, que danzaban torpes pero ágiles de una estantería a la otra, tocándolo absolutamente todo. El joven pensó que probablemente trataba de buscar algo que llevarse a la boca. ''Seguro que la muy foca está buscando algo que comerse. Por el amor de Dios, espero que no se coma los remaches de las estanterías'' fue exactamente lo que pensó. La otra muchacha parecía insignificante a su lado. Tenía el pelo corto como un chico, aunque sendas protuberancias a palmo y medio del talle y una voz rotundamente femenina daban fe de que se trataba de una mujer. Su cara reflejaba a la vez la más profunda angustia y una suerte de deseo o ansia por satisfacer. ''Puede que tenga mucha hambre. Puede que lleve semanas sin comer bien. Puede que el cachalote no la deje probar bocado''. 
Pronto descubrió el nombre del infame berraco que se paseaba toqueteando todo. Su acompañante, que parecía además ser su amante, no paraba de repetirlo, aunque en un primer momento Wolfgang no lo hubiese podido escuchar con claridad. ''Precious, por favó, no rompas nada. Precious deja eso. Precious ten cuidado, nos van a echar. Precious. Precious. Precious.'' Una y otra vez.
El joven podía entender ahora la angustia de la pequeña mujer, reducida a liliputiense en presencia de su mórbida amante. Supo que eran amantes de una forma un tanto grotesca. En un momento dado, entre la estantería de fundas de terciopelo y la colección Cool-Butt de asientos de escayola lacada, la enorme Precious se detuvo, se giró hacia su acompañante y se acercó hacia ella. Wolfgang pensó que ese era el momento, que se iba a producir el primer caso de canibalismo en su tienda de asientos y complementos para water. ''Se la va a comer, ¡esa jodida gorda se la va a comer por Dios santo!'' fue, aproximadamente, lo que pensó. Pero resultó que la megalítica Precious no llegó a comerse a su amante. Solo la besó, de una forma tan tierna que solo podía ser la antesala de algo mucho más íntimo. ''Esto transgrede todo lo humanamente comprensible. ¿Cómo lo harán? Bueno, seguro que nunca le toca a la negra estar encima''. 
Pasaron los minutos y la actitud de ambas cambió. La pequeña hobbit ahora parecía más azorada que antes, y no paraba de mirar de un lado a otro. Esto le permitió al muchacho ver su cara con más atención. Resultó ser una chica realmente hermosa, de labios gruesos y unos ojos que cautivaron al dependiente hasta tal punto que se olvidó por completo de la copia negra de Moby Dick que deambulaba por su tienda. Cuando quiso darse cuenta, Precious salía de su tienda impulsada por las dos columnas romanas que eran sus piernas bajo el suplicante vestido. La pequeña la seguía.
No era costumbre del muchacho inmiscuirse en los asuntos de los demás, pero tras el acelerado '' Auf wiedersehen'' notó dentro de sí que debía seguirlas, por su propio bien. En los pocos segundos que tardó en tomar esta decisión, las dos amantes le tomaron mucha ventaja, y al salir de su tienda ya no las vio. Pero las buscó. Pensaba que no le costaría encontrar a una muchacha tan notoria como aquella. ''No tiene que ser difícil encontrar a la que quizás sea la hembra más gorda jamás creada por la maligna mano de la naturaleza. Buscaré en lo que seguramente será su hábitat natural: la cafetería''. 
Pasó cerca de unos baños en su camino a la cafetería, y allí creyó escuchar la voz de la pequeña acompañante de Precious. Se detuvo donde estaba y miró a su lado: estaba frente a una tienda de colchones. En el escaparate se mostraban varios modelos unipersonales de colchones de plumas de rana y pétalos de canguro. Tras uno de ellos intuyó la inabarcable figura de la gorda. Desde fuera, y con las perspectiva del momento, esta se veía sobresalir a ambos lados del colchón, quedando su cabeza y el resto de su torso cubiertos a la vista del muchacho por la pieza en exposición. ''Parece que al colchón le hayan salido brazos como bombonas de butano''. 
Se precipitó hacia la tienda, pero al entrar ya no veía al hipopótamo nupcial. En cambio volvía a ver a la pequeña umpa lumpa de pelo corto. Miraba hacia delante y un poco hacia abajo, y parecía estar hablando con alguien. Cuando se acercó pudo escuchar lo que decía: ''Precious, levántate de ahí, que esto no es nuestro, que nos van a echar''. Dos pasos más y pudo entender la situación: Precious se había tumbado plácidamente sobre una cama de matrimonio y comenzaba a adormilarse. ''Mucha actividad eso de mantenerse en pie más de media hora, supongo'' pensó Wolfgang. Entonces una voz muy melosa, como si saliese del fondo de un cántaro de miel, llegó hasta sus oídos. ''Vamos, túmbate conmigo, vamos a dormir''. En efecto, era la voz de Precious hablándole con extrema dulzura a su amante de metro sesenta. Con inmensa resignación que casi conmovió al muchacho, esta se encaramó como pudo a la media pulgada de cama libre que quedaba y se acostó junto a su GRAN amor. Ambas se besaron con más ternura que pasión y Wolfgang se dio cuenta de una gran verdad: que el amor destruye todos los impedimentos, incluso aunque estos consistan en más de un centenar de kilos de material adiposo. 
Se fue de la tienda de colchones conmovido, pero feliz y sobretodo muy esperanzado. Había descubierto que todo era posible.

Fin.

Dedicado a Macarena, señorita de la destrucción, protectora de la Aldea, madre de toda catarsis mentrual y dueña de la carcajada sideral. Un final abrupto como despertarse de un sueño.

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