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domingo, 15 de septiembre de 2013

El fin justifica los medios

Vacuos los raudos días, el elíptico girar del Mundo. Nimios los billones de pestañeos y las lágrimas que suscitan, los besos dados y la metralla descargada. Efímeras las montañas y las riveras que cálidamente las abrazan, las hojas, que penduleantes se precipitan sobre la ceniza.
Exiguo el amor con sus ofrendas, sus caprichosos designios, fruto del primer beso y las miradas furtivas que se estrellan entre dos almas que se necesitan.
Prescindible la locura, lo vesánico de nuestros actos, el anestesiante arte que ella desprende e implora al suplicio de las mentes.
La política y su austeridad, la destructora perspectiva de futuro, el anhelo de lo positivista, el placer por el placer, las guerras, el dolor por el dolor.
Perecedera la familia, la adoración estúpida e incondicional, el aliento consuelo del moribundo y su abatimiento, la luz inalcanzable y centelleante cientos de metros hasta la superficie, la oda del filósofo y el orar del religioso.
Meteórica la amistad complaciente y confusa, el afán  de sentirnos rodeados por los brazos incorpóreos de los ojos que no nos miran, la soledad buscada y escudriñada, la melancolía y el desasosiego.
Ínfimos tus escritos versados, los planos de fastuosos rascacielos. Esos arpeggios que provocarán lágrimas, el evocador danzar del más curtido bailarín, la inspiración genuina del artista.

Solo eres tú en el abismo y en la negrura, en la espesa inconsciencia que te hace dudar de todo, mirando frente a frente a los ojos de la muerte.

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