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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Bastarda poesía.

Enamoradas del tamaño de la polla
o de la joya.
Las ninfas no buscan coronas de espinas.
Ni los sentimientos.
Cagar con mi dolor no es amor para ti
y dime si miento.

Mírame a la cara.
No ves más que lo que el tiempo,
del que soy esclavo, como tú, hizo de mi carne
y mis huesos.
La difusa culpa se precipita por mis poros.
No fui yo mamá, fueron los otros.
El infierno.
Y mi porvenir no lo marcan las estrellas.
Lo marcan los cuernos,
retorcidos que nacen del mantillo enfermo
que una vez llamé experiencia,
 ni lo que soy ni lo que tengo:
lo forman los sueños muertos.
Desgarran mi entendimiento.
El dolor ya no duele y la pasión es simple divertimento.
No puedes confiar en lo que digo,
porque yo a mi mismo me miento.
A cada maldito momento.

Dios nos hizo culpables
y nos otorgó el santo don del olvido,
sagrado sacramento que en mi interior
encuentra el templo de su más alta expresión.
Si ayer me arrepentí, hoy ya no lo lamento.
Mi moral encadenada al momento.
El tiempo, único señor mi auténtica forma.

A estas alturas mi tamaño es minúsculo.
Rebusco en mis pantalones y allí no está mi ego,
ni mi dinero ni mis reflexiones.
Allí está mi carne cautiva de ti, mi pensamiento,
que no eres yo,
pero que hablas en mi nombre en cada encuentro.
En las canciones.
En mis actos y mis intenciones.

Lo lamento, ayer no hice anotaciones, 
y si las hago hoy es porque encontré el momento,
ese en el que mis afirmaciones
ya no me parecen cuentos de policías y ladrones.
Del bueno y el malo.
La eterna disyuntiva porque una moneda tiene dos caras.
Una hoja dos filos.
Y yo solo mis suposiciones, estos renglones
torcidos, que se pierden en la inmensidad
de mi insignificancia.
Revivo día a día mi infancia, 
simplemente porque no la abandoné.
Y cómo abandonar lo que más amé,
solo porque el mundo me rinde cuentas, 
me recuerda mis deudas, 
y mis acreedores se impacientan.

Hay muchas maneras de perder la vida.
También puede uno perderse en la vida.
El fracaso es la vergüenza
y la vergüenza te deja pocas opciones:
la resignación o la huida.
Y eso de echarle cojones...
es solo un cuento más.
Imposible como vestirse apropiadamente con jirones.

Pues ya no hay vuelta atrás, nunca hubo tal camino.
El paso que desandas no existe.
El paso que desandas es un paso más.
Distinto al que diste.
Distinto al que darás.
Todos con el mismo destino.

Así que no busques en mis pantalones.
No busques en mi mente, ni en mi alma.
Carne atada al tiempo es lo que tengo.
Lo que doy, a tu cuenta y riesgo.
Sin confirmaciones, sin seguros.
Lo único que prometo es acomodar mi paso al tuyo,
mientras coincidan los caminos,
hasta que se separen o se acaben
y llegue la calma cuando mi tumba caven.

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