Su presencia es eterna, desde el primer momento.
Desde la primera bocanada de aire que entra en los pulmones.
Es incluso anterior,
en el momento que se produce la fecundación dentro del útero materno,
desde entonces.
Su sombra se extiende larga y oscura,
Su presión es constante.
Al principio no se siente, pero la aparición de la consciencia La hace aparecer,
La tememos.
Se huye de Su presencia desde entonces.
Se camina por largos caminos, se adulteran para evadirse de Ella.
Religiones, ideologías, alcohol, incluso drogas de diseño.
Se busca la abstracción total, para conseguir alejarse de la más pura realidad,
hasta el punto de vivir esta tremenda convulsión cerebral que aleja de la verdadera naturaleza,
y sumerge en un profundo letargo existencial, que hace pensar que se tiene alguna misión en el mundo más allá de la propia supervivencia.
Ese estado de alucinación permanente, ese estado que falsamente se cree la propia vida,
ese estado que acaba, con la misma razón que le dió vida. La muerte.
La vida no es una puta, yo no soy ningún Dios.
Sólo tiempo.
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