Había una vez un poderoso terrateniente en algún país lejano del medio oriente. Sus bienes eran tales que bien hubieran podido sostener tres vidas de lujo y esparcimiento una tras otra. Animales, telas, piezas de oro -desde pequeñas joyas de princesa hasta majestuosas coronas dignas de grandes reyes-, plata, rubíes, esmeraldas, perlas...y un palacio que relumbraba en el río sobre el que se alzaba trazas de marfíl más blanco que las azucenas.
Había conocido a innumerables mujeres como viajante, cuando aún no disponía de fortuna alguna sobre la que acomodarse. Pero ninguna jamás llego a plantar raíces en su corazón, pues todo su amor lo volcaba él en la riqueza y su consecución. En estas empresas basó sus años de juventud hasta el día en que se encontró con que solo de sirvientes se rodeaba..
Pero él no sabía que estaba solo: su poder lo colmaba de tal dicha, que los días en los que el sol se encontraba en su zénit él creía ver la sombra que el astro proyectaba, iluminado por la grandeza que de su persona se desprendía. El brillo cegador de quien es amo y señor de la vida.
Mas no de la muerte...
Pero ningún tonto se hace rico por las buenas. Siempre requiere trabajo. Así que aquel gran terrateniente no tardó en llegar a la misma conclusión. Y la inexorable muerte acecha. Siempre.
Así que decidió emprender la búsqueda de algún remedio contra la parca, estilo destino final pero a lo sarraceno.
Investigó los antiguos libros, el viejo saber de la humanidad y consultó a los ancianos y sabios a los que tuvo al alcance de su oro. Uno tras otro, charlatanes y falsos profetas acudían a su palacio para ofrecer sus humildes servicios con el fin de alargar su vida tanto como la mano del hombre fuese capaz. Pero ninguno satisfizo los deseos de su opulento cliente, y es por eso por lo que se hubo de construir un gran patíbulo de madera para extender sogas. De esa manera, pensó, ya no acudirían más pícaros en busca de oro a cambio de humo. Meses pasaron, y nada cambió, excepto el nivel de riqueza de incontables alquimistas y curanderos.
Hubo de llegar cierto día a sus manos un extraño objeto. Al salir a montar en busca de nuevas tierras de siembra con varios de sus capataces la vio. Fue uno de los mozos el que se paró ante el refulgir de un metal semienterrado al pie de un olivo. Debió pensar que era un estoque o un alfanje, tiempo atrás enterrado tras su última batalla. Al detenerse alertó a los demás, y entre todos ellos, su señor era el más ansioso por descubrir de qué se trataba. Sus tierras eran, y de él lo que en ellas habitaba.
Una pequeña lámpara de aceite, reluciente azul de mar profundo, engarzada de pequeños rubíes sobre marcos de plata. Pero en ella, ciertos detalles se presentaban extraños: allí donde habría de estar el orificio con la mecha, no había ni orificio ni mecha, una punta roma remataba la pieza. Su mango era normal, mas no lo eran los grabados, que mostraban la imagen de un saco roto en su base. Tras inspeccionarla bien la metió en su alforja y galopó a su palacio. Ninguno de los peones acompañó al señor en este viaje.
Hoy ha de recordar, cosa que a sus muchos años ya empieza a complicarse. De su riqueza y su fortuna ya no queda nada. Todo cuanto poseía ahora se diluye en el océano de poder en el que él gobierna. Su palabra es ley. Hoy es el día en el que su poder muestra su mayor expresión: ahora controla el tiempo de los hombres.
Dos deseos le fueron concedidos aquél día en su alcoba, cuando contemplaba esa lámpara. ''Que el poder me invada como si de mi propia sangre se tratase'', dijo en su primer deseo. Mas en el segundo, sabiéndose en ventajosa posición decidió pedir: ''elegir la fecha de mi muerte''. Y ahora lo recuerda.
Hoy su posición le exige tomar una decisión, el pueblo quiere saber si finalmente cambiará el calendario. Dado que su divinidad alcanza cotas inimaginables, y de eso es su oro garante y aval, su relevancia en este mundo no puede ser menor y ahora ha de legislar el cambio de la fecha coincidiendo con un nuevo ciclo lunar predicho por los sabios astrólogos. Ha de decidir cómo se va a regir el resto del mundo. Ha de decidir qué día será mañana. Y ahora duda de si habrá de ver el día siguiente a este.
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sábado, 22 de junio de 2013
Historias a las que intento darles moraleja. (la clave está en lo de ''elegir la fecha de mi muerte'' (; )
3 comentarios:
¡Estás a punto de escribir un comentario en el Colectivo! ¡Es un momento muy importante para ti! y un gesto de agradecer por nuestra parte. Recuerda ser todo lo respetuoso que te sea posible y sobre todo ten una buena dicción. Si es necesario busca las dudas en Google. Hagamos de internet un mundo más legible.
Gracias.
Atentamente: el Departamento de moderación y buenos hábitos de C.A.
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Es el texto mejor confeccionado de todo el colectivo. Has escrito como un orfebre de la literatura y has pensado como un auténtico artista. Me siento muy orgulloso.
ResponderEliminar:)))))))))))))))))))))))))))))))))))))))))))) señores, no se tomen a la ligera ese comentario de Alejandro, que es mucha tela (lagrimas saltadas de la misma emoción)
ResponderEliminarFelicidades
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