Volvió al sofá y se sentó frente al televisor. En la mano derecha sostenía una lata de una bebida energética -original, nada de marcas blancas- y la izquierda buceó entre su trasero y el asiento para encontrar el mando sobre el que se había sentado. A la una y media de la tarde de un jueves no hay gran cosa en la televisión, por mucho que esta fuera por cable y tuviera 962 canales, eso lo sabía ya. Ya eran tres meses y pico de ''arresto domiciliario voluntario''. Casi cuatro meses encerrado en casa. Ni si quiera podía usar los teléfonos -varios, ahora ya en algún vertedero a muchos kilómetros-, porque estaban todos pinchados. Bueno, eso no lo sabía, pero se lo imaginaba: cuando uno no avisa a dónde va a ir salvo por teléfono y al llegar a su destino hay un Seat con dos policías nacionales de incógnito dentro, solo hay que atar cabos. Atar cabos y volver por donde se ha venido, tirar el teléfono por la ventanilla del coche, quemar la tarjeta con el mechero del salpicadero y empezar a buscar rutas de escape. El problema es que cuando uno decide refugiarse en la madriguera, todo el bosque alrededor resulta terreno peligroso.
Al salir al jardín se sintió mejor. Era un magnífico día de primavera y el cielo lucía azul reflejado en el agua de la piscina. Se sentó en una de las sillas de diseño con respaldo adaptable, sujeta-vasos, y todas esas cosas que hacen de la vida de un hombre algo más placentero. El buen tiempo le templó los nervios. Le hizo recordar su infancia, cuando vivía en el campo con sus padres y sus muchísimos hermanos, primos, tíos...
Una época sin casa propia, ni piscina, ni asientos con sujeta-vasos. En realidad había tres vasos en una casa en la que convivían unas quince personas. Hizo cálculos y descubrió que solo con la factura del agua que gastaba la piscina en dos meses podía comprar todo el terreno de la casa en la que se crió, y le hizo gracia. Era una de las cosas que más le gustaba de manejar tantísimo dinero: las comparaciones y los cálculos.
Hubo una noche en la que la cena y la fiestecilla de después habían costado lo que el ganado de todo su pueblo al completo y todavía algo más. Así se lo había estado relatando a sus compañeros de juerga mientras fumaban y fumaban sin parar. Bueno, uno no consigue todo eso sin encontrarse con dificultades. La actual era una investigación por parte de un grupo anti-droga de la policía nacional, pero ya había estado siendo investigado otras veces. Todo pasaría, se olvidarían de él y podría volver a moverse y a mover el negocio. O podría, si la cosa seguía así o empeoraba, subirse a un cuatro motores fuera borda y cruzar el estrecho desde Tarifa a Tanger en menos tiempo que un ferry, y de forma mucho más discreta. Todo estaba bajo control. El único problema era tener que estar encerrado en casa. Tres plantas con garaje para dos coches y jardín. Mucho mejor que Puerto 2 o Botafuegos. Pero, aún así...
La puerta exterior se abrió con su sonido característico. Todo el mundo conoce el sonido de su puerta abriéndose, incluso muchos podrían decir quién la estaba abriendo o de qué manera. Él podía decir incluso cómo de abierta estaba. Tal era la psicosis que le perseguía día y noche desde hacía casi cuatro meses. ''Salto por el muro a la carretera. La llaves del coche, ¡¿dónde están?!'' fue, en una frase, lo que se le vino a la cabeza, mientras se levantaba como empujado por un muelle de la silla de jardín. Se quitó las chanclas a la velocidad del rayo y salió disparado hacia el salón. Empezó a revolverlo todo mientras miraba de un lado a otro en busca de las llaves del coche. Cada pocos instantes levantaba la vista hacia la puerta que unía, mediante un pasillo, el salón con el recibidor de la casa. No podía ver la puerta principal, pero sabía que estaba abierta por la luz que se intuía entraba por ella. ''El puto niño, ha dejado la puerta abierta''. Cada vez que levantaba la vista hacia el pasillo esperaba ver un uniforme azul apuntándole con una pistola a la voz de ''POLICÍA. ¡ARRIBA LAS MANOS!''. Pero el momento no parecía llegar nunca y su corazón estaba a punto de explotarle por los ojos y las orejas. Algo denso y pegajoso le subía por la garganta y le hacía jadear cada vez a un ritmo más acelerado. Entonces, casi al mismo tiempo, dirigió una vez más la vista del cajón que revolvía a la doble puerta de madera de nogal del salón -con cristalera de colores incluida, el precio de todos los zapatos que tuvieron todos sus hermanos en su infancia- y escuchó una voz que decía ''¡Tito! ¡Tito!''
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En este tipo de negocios, la familia cobra nuevos significados. Y cuando uno mueve cantidades de cinco cifras al mes, le salen parentescos de todas partes. Ezequiel era uno de esos ''sobrinos'' que no eran hijos de ninguno de sus hermanos, pero que había demostrado que era capaz de pasar seis horas dentro de un fiat punto con el móvil preparado para dar aviso si veía llegar la patrulla. Un chaval cualquiera, que de peón de obra pasó a trapichear en el parque en el que de pequeño había jugado al fútbol. Un chaval cualquiera, sin importancia.
Tras calmarse ambos, y después de que el ''tito'' Yawad le gritara durante diez minutos enteros, pudieron sentarse juntos en el salón. El chaval comenzó a desmenuzar una china a medida que le iba contando lo sucedido. Parecía nervioso y asustado, pero el pulso no le temblaba lo más mínimo y a los treinta segundos ya ardía entre sus labios un porro. Le explicó, mientras ambos fumaban, que la policía había ido a su casa, mientras él no estaba. Le había llamado su hermano, llorando, para decirselo. Por casualidad él estaba inflando las ruedas de su moto en la gasolinera y de allí había salido pitando para venir a verle. ''Es por lo del Churrero. El chaval sobrevivió a los tiros y va a testificar o yo que sé tito. Un lío. Yo me tengo que ir de aquí. Como encuentren la pistola me van a follar''. Y tras decir esto, como si justo entonces se hubiese dado cuenta de lo grave de su situación, empezó a tambalearse como en trance y a repetir maldiciones y juramentos a media voz. El otro lo miró y no sintió ni la más mínima pena. Al fin y al cabo solo era un chaval cualquiera. Si iba preso, habría veinte para sustituirle. Y en cuanto a lo que pudiera saber, lo más importante era que sabía lo siguiente: si le cogían más le valía no decir absolutamente nada y dejar que los mayores se ocupasen. Es mejor salir en libertad porque paguen tu fianza que pasar dos años en la cárcel, salir y llevarse un tiro en el pecho. De la fianza se ocuparía él. Aún quedaban dos millones setecientos en el garaje y repartidos por un par de sitios más. Lo importante ahora era sacar al chico de su casa, y no parecía tarea fácil dado que no se atrevía a poner un pie en la calle y no tenía forma de contactar con el exterior. ''Yo voy a ducharme y ahora vuelvo. En la nevera hay yogures, zumos, CocaCola... cogete algo y tranquilo, ahora vengo'' le dijo con su característico acento de moro cuya lengua materna no es el español.
Cuando se quedó solo, Ezequiel sacó su teléfono y vio que, como de costumbre, se había conectado automáticamente al wifi de la casa. Lo supo porque tenía un mensaje de voz. Era de un vecino suyo. La noticia empezaba a extenderse y todavía no sabía qué haría el tito Yawad al respecto. No podía quitarse de la cabeza la sospecha de que este podría simplemente sacarlo a la calle, darse la vuelta y cerra con llave la puerta exterior de la casa. Pero no tenía mucha más opciones. Decidió tantear alguna otra.
Conocía a un chaval de su barrio que era aficionado a la pesca. Tenía incluso un pequeño bote a motor con el que iba a pescar con su padre los fines de semana. Un chico normal, que ni fumaba ni bebía ni hacía nada que no fuese estudiar, salir a pescar y dar vueltas y vueltas en moto por las tardes. No es que fuesen amigos, pero el dinero siempre acerca a las personas, haciéndolas pasar de desconocidos a hermanos, sobrinos, tíos... Decidió enviarle un mensaje.
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Exactamente 24 minutos después de haber subido a la ducha, Yawad bajó totalmente vestido con un chándal adidas -lo más discreto que tenía- y una gorra negra sin marca visible. Le trajo al chico algo de ropa y le indicó que se cambiase en el aseo de la planta baja. Cuando ambos estuvieron vestidos, el tito le explicó que le llevaría con el coche hasta el puerto. Le dejaría allí y él debería llamar ''desde una cabina, no un móvil'' a un número que le pasó en un trozo de papel arrancado de la libreta del colegio de su hija. Le diría a la persona al otro lado de la línea que ''el mercado estaba cerrado'' y que necesitaba un taxi. Entonces solo tendría que seguir las indicaciones del interlocutor. El chico pareció conforme y asintió solícito cuando su falso tío volvió a indicarle que nada de móviles.
Ambos salieron del chalet y enfilaron la pista asfaltada que conectaba la entrada con la carretera principal de la urbanización. El coche se encontraba allí, aparcado lejos de la entrada de la casa y sin un solo documento en su interior por motivos de seguridad. La matrícula estaba cambiada, por supuesto. Pero no había riesgo dado que llevaba parado casi cuatro meses y no tenía planeado moverlo pronto. La policía suele apuntar las matrículas de los coches en fuga, no de los que están parados. Ahora se veía obligado a correr todos estos riesgos, pero el puerto solo estaba a diez minutos escasos de la casa, y era una cuestión de importancia. No podía permitirse correr el riesgo aún mayor de que le descubriesen amparando en su casa a alguien contra el que pesaba una orden de busca y captura por intento de homicidio y tráfico de drogas. El mal menor, simplemente. Así que se montaron en el coche.
Los cinturones hicieron ''click'' y el motor arrancó. Ezequiel buscó en su bolsillo y sacó su móvil. Un móvil táctil, de los que la gente mira constantemente cuando no tiene nada mejor que hacer. Un latigazo recorrió toda la espina dorsal de Yawad. ''¿¡Qué es eso?!'' Al chico no le dio tiempo de responder. De un zarpazo le arrancó el móvil de las manos, lo abrió atropelladamente, lanzó la batería por la ventanilla del conductor y dobló la tarjeta SIM hasta romperla. ''¿HAS LLAMAO A ALGUIEN?'' volvió a preguntar Yawad. ''No no, solo era pal watsapp, para decirle una cosa a mi hermano''. La cólera inundó el cerebro de Yawad. ''¡IMBÉCIL! ¿Has dicho a dónde íbamos? ¿Con quién has hablao? ¿Les has dicho algo de que estabas en mi casa?''
El suave ronroneo de un motor diesel a su espalda cortó la conversación que comenzaba a convertirse en monólogo. Con velocidad felina ambos miraron hacia atrás y vieron un coche aproximándose con dos hombres sentados en los asientos delanteros. Sin pensarselo dos veces, Yawad puso en marcha el coche con un chirrido y todos sus miedos se hicieron realidad cuando vio que el coche que les seguía aceleraba a su mismo ritmo. La fuga no duró demasiado: doscientos metros más adelante les esperaba un furgón azul oscuro con las lunas cubiertas por rejas de metal. Las varias toneladas de BMW X5 se estamparon en el morro del mercedez. El golpe hizo que Yawad se diese un fuerte golpe en la mandíbula contra el volante. Cuando pudo volver a enfocar la vista, una mujer policía le apuntaba con su arma reglemantaria a escasos centímetros, a través del parabrisas agrietado. A su lado un asiento vacío y la puerta del copiloto abierta. A pocos metros, en el suelo, dos agentes inmovilizaban a Ezequiel y le ponían las esposas. El pobre chico iba a pasar mucho tiempo jodido, en correccionales o en la cárcel. La verdad es que no sabía su edad exacta. Puede que fuese tan solo uno o dos años mayor que su propio hijo. Mientras le sacaban del coche y lo tiraban al suelo le dio por pensar que ese niño que pataleaba en el suelo iba a pasar mucho tiempo jodido y que no debía ser mucho más mayor que su hijo. Y por primera vez sintió lástima del muchacho. Aún recordaba cuando era él el chaval cualquiera, cargando sacos de hachís en una goma a cambio de una miseria que gastaba sus vicios de juventud, en su pueblo natal en la costa atlántica del norte de Marruecos. Sintió lástima de sí mismo. Sintió rabia, arrepentimiento, dolor. Y cuando todo eso acabó, ya sentado en la parte trasera del furgón, sintió muchísimo no haber sido mejor padre. Y ahora ya era tarde, joder, muy tarde.
Gracias por acercarnos a una realidad que está muy cerca y a su vez muy lejos (por lo menos para los que no somos del sur). Enhorabuena colegui
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