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miércoles, 11 de diciembre de 2013

Sueños del mundo.

Una nueva mañana en el mundo. El sol entraba, a través del espacio, por las desvencijadas ventanas, arrancando brillos de los poco cristales que aún quedaban sujetos a los marcos de aluminio. Fueron estos resplandores  certeros los que despertaron a Uanda de un sueño de miles de años. Y no es que llevase dormida tanto tiempo, simplemente volvía de un sueño en el que había estado en mundos distantes que no conocía y que la maravillaban durante los pocos minutos que recordaba dichos sueños tras despertarse.
Se levantó a duras penas del catre en el que dormía. Algunas briznas de paja y la pluma de un ave habían migrado de su lecho a su cara durante la noche y ella se las sacudió torpemente para darse cuenta de que tenía todo el brazo derecho insensibilizado y torpe. La sensación la angustió un poco, ya que nunca había sentido algo así en sus 17 veranos de vida. Cuando todo volvió a la normalidad en sus sistemas corporales -de los cuales ella no tenía constancia- pudo advertir que había alguien más en la sala. Recordaba que la noche anterior, tras una larga charla entre su tío Kamal y aquel hombre que había venido de poniente y tenía esa extraña forma de hablar, se había quedado dormida, acunada por las profundas voces de los hombres que hablaban alrededor del fuego. Recordaba que habían hablado de una expedición hacia el sur, algo sobre peligros para los pueblos y muchas otras cosas que no entendió. Pero cuando se durmió, solo eran dos hombres los que hablaban. El tercero debió llegar durante la madrugada. Dormía en el suelo, sobre una manta que hacía las veces de lecho y se tapaba con la piel de algún animal muy velludo. A la izquierda, junto a la pared, dormía su tío Kamal, hombre alto y corpulento, que estaba tapado hasta la cabeza. Le reconoció por algunos pelos grises de su larga barba que asomaban por debajo de la manta marrón y por sus profundos ronquidos, no muy ruidosos pero con un vigor que se notaba en el pecho, no en los oídos. Esa sensación la invitó a volver a dormir, se sintió segura y protegida, y casi pudo notar en la piel de su cara el calor de la hoguera nocturna, ahora un montón de cenizas negras y grises dentro de un círculo de piedras ennegrecidas. Pero en ese momento notó movimiento a su derecha: el viajero de poniente, un hombre ancho de hombros, con una incipiente calva en la coronilla y un pelo negro y brillante como la obsidiana, se había incorporado en el catre de cañas y se frotaba la cara con sus grandes manos nudosas.
-Gorob a shems. La salida del sol, así se dice en mi lengua. Buenos días muchacha.
-Buenos días. ¿Qué lengua es esa?
-Arabía- respondió el hombre- un idioma de poetas.
Ahed, así se llamaba el hombre, recordó Uanda. Así se había presentado él mismo la tarde anterior cuando llegó al huerto de su tío Kamal, donde ella le ayudaba. Pero el tío Kamal le había llamado Único cuando le vio. Seguramente sería algún tipo de apodo de su juventud. Mientras pensaba todo esto, en el silencio que se había reinstalado en la sala del quinto piso de un bloque de viviendas, su tío despertó también. Los ronquidos habían cesado pero ella no se había dado cuenta. Se volvió al percatarse de esto y se encontró la dura y querida cara de su único familiar.
-Hemos dormido demasiado- fue lo primero que dijo.
-Comeremos por el camino, así compensaremos el retraso -respondió Ahed.
-Aún no he decidido nada. ¿Y el chico?
Uanda dirigió la vista al bulto que yacía frente a ella, al otro lado de la hoguera, y vio que algo bajo la lanuda cobertura se movía. Sintió una fuerte curiosidad que la sorprendió. Pero al fin y al cabo, todo el día de ayer traía promesas de grandes cambios, y era normal que se sintiese excitada ante la posibilidad de viajar lejos. Pero nada de esto importó más cuando vio su cara: una cara redonda, clara, coronada con un pelo negro intenso como el cielo nocturno, despeinado por la noche. Ojos grandes y oscuros, más de una mujer que de un chico. Su boca era amplia, con dos labios gruesos como no los había visto nunca: todos los chicos que había visto en su vida tenían como rasgo distintivo bocas pequeñas y pelo claro.
De repente se sintió avergonzada e incluso culpable, y no poder explicarse estos sentimientos la hizo sentirse frustrada, así que volvió rápidamente sus ojos y su atención a su tío, que volvía a hablar:
-¿Has descansado muchacho?
-Sí Sana.
-Ya te he dicho que no hace falta que uses esos apelativos tan ceremoniales conmigo. Yo soy Kamal, llámame así. Siempre.
-Lo haré... Kamal.
-El sol está a más de dos palmos del horizonte Kamal, dame una respuesta o entenderé que te niegas -intervino Ahed.
-Uanda, ve a la escalera y espérame allí -dijo Kamal.
Ella se levantó sin esperar una segunda orden y se dirigió hacia la escalera que había al final del pasillo, saliendo de la habitación. Antes de salir, al cerrar la puerta, giro voluntariamente para volver a mirar hacia los hombres y pudo ver que él la miraba, aquel chico, y de su boca surgió un quejido como de un leve dolor que ella no pudo contener. Pero no la habían escuchado, al menos no los adultos.
Estuvo esperando en la escalera hasta que el día se hizo ya tan claro que podía notar el calor entrando a ráfagas por las ventanas del pasillo. Entonces vio llegar a su tío, totalmente ataviado para comenzar una larga marcha. Se le acercó, le acarició la cara y le dijo:
-Mi querida niña. Has estado ayudándome desde que puedes ponerte en pie. Me has llenado de felicidad toda tu vida. Y me temo que ahora tenga que pedirte algo que no quieras hacer por mí. Pero es algo que necesito más que nada en el mundo ahora mismo.
Uanda se asustó sobre manera, a tal punto que podía notar cómo se iban gestando lágrimas de unos lloros que estaban por venir. Su tío continuó:
-Necesito que te vayas de aquí, hacia el oeste. Necesito que encuentres a alguien y que le lleves un mensaje.
No te será difícil. No irás sola y al lugar al que vas es un lugar en el que tengo buenos amigos. Ellos se encargarán de ti cuando llegues. Pero solo hasta que yo vuelva, hasta que vuelva a por ti y te traiga de nuevo a nuestra casa.
El hombre calló. No sabía cómo manejar la situación, pero su intuición le decía que era el momento de callar y esperar a que la chica reaccionara. Su sorpresa fue notoria cuando a los pocos momentos ella respondió con un enérgico ''Sí'' seguido de una sonrisa.
-Lo haré tío, dime qué tengo que hacer. No te preocupes. Pero tienes que volver a por mí antes del invierno o no tendremos tiempo de recoger lo sembrado.
Kamal sonrió y esta vez fue él, un hombre duro y curtido, el que notó los llantos venideros en el comienzo de la garganta.

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