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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Sueños del mundo. Segunda parte.

Era de noche, una noche de otro tiempo. Era de noche pero podía verlo todo en la oscuridad, que no era completa, pues aquí y allá extraños ojos brillantes bañaban de luces de muchos colores el paisaje. Una bahía, la luna llena  y la noche incompleta. Pudo ver, maravillada, que ese mundo vibraba de vida: una increíble cantidad de hogares brillaban con luz propia por todas partes. Casa hermosas, blancas, una al lado de la otra en sucesiones que se alargaban más de lo que jamás había visto. Extraños carros brillantes se movían en la lejanía con un sordo ronroneo: no había animal que tirase de ellos, parecían moverse por voluntad propia sobre caminos negros, sinuosos, adornados con franjas blancas que parecían marcar de forma invisible la ruta de esos carros autónomos. Una brillante luz despuntó en el horizonte, recortando la silueta de los montes que colindaban con el mar. Venía del agua. Un miedo atroz le atenazó la garganta, pero al querer extender su mano hacia su cara notó que no había manos, no había cara, no estaba allí. Gritos en lenguas extrañas y de repente el fuego. Todo se conmocionó y el miedo se transmutó en su forma más animal: tenía que huir de allí. ¿Pero cómo, si no estaba allí? ¿Dónde era allí? El suelo comenzó a temblar de forma intermitente y entonces le vio: era él.

-¿Has descansado?
Uanda se despertó de un sueño de miles de años y al principio ya no recordaba nada sobre su realidad. Solo sintió miedo, el calor de un fuego que crecía y la certeza de que debía huir. Pero la realidad terminó de penetrar en su mente cuando su cuerpo empezó a notar el traqueteo del carro. Se había quedado dormida en algún momento de la travesía, observando el paisaje selvático que los rodeaba. Ahora recordaba que esa mañana habían salido de casa los cuatro rumbo al sur, al cruce del monte Musa. Su tío iba en su caballo, a la cabeza de la comitiva. Ahed se encontraba a un lado del carro, y a los mandos del mismo iba Arjé, que la miraba esbozando media sonrisa.
-¿He dormido mucho?- preguntó la muchacha.
-Te dormiste en Tres Palos, y ahora estamos a dos horas del monte Musa. Tu tío quiso despertarte, pero yo le aconsejé que no lo hiciera: quizá soñabas algo agradable.
A ella le pareció que esto último lo había dicho con malicia, y recordó una noche iluminada que voló por su imaginación durante unos segundos; luego ya no recordó nada más sobre su sueño.
No volvieron a hablar durante el resto de la travesía. Uanda se dedicó a observar la espesura en busca de alguna señal de que el bosque acababa. Ahed silbaba una extraña melodía llena de melismas y quiebros. Esto, junto con el suave viento lleno del aroma de tomillo y romero la incitaron a dormir de nuevo, pero justo cuando apoyaba su mejilla enrojecida sobre su mano derecha su tío se detuvo y les indicó que guardasen silencio. Ahed se adelantó hasta estar al lado de Kamal y ambos hablaron en voz baja. Tras una breve charla continuaron la marcha. Pocos minutos después una familia de gamos pasó volando a través del sendero y  Kamal pareció calmarse, incitando de nuevo a su caballo a recuperar el trote.

Por fin el bosque dio paso a una llanura amarilla. En las cotas más altas de las colinas que ahora flanqueaban el camino podían distinguirse inmensos macizos de arbustos sobre pedestales del color de la herrumbre.
Entonces Ahed, que había recuperado su posición junto a Uanda comenzó a decir:
-¿Ves aquellas plantas, muchacha? Cuentan los ancianos que en otro tiempo se erguían allí inmensos dioses blancos que bebían del viento. Las personas que entonces vivían hicieron un trato con esos dioses: ellos les proveerían de alimento y los dioses les obsequiarían con el fin de la oscuridad. Pero ante tal desvergüenza, el dios de la tierra y el cielo cercenó los brazos de los gigantes blancos y relegó a las personas a las tinieblas. Pero en su infinita sabiduría les proveyó de un sol que los librase de la noche, aunque solo fuese durante el día, pues entonces no había día. Esos arbustos crecen sobre los pies de aquellos dioses que bebían del viento.
-¿Qué es un dios? - respondió Uanda.
-¿Un dios?... pues...-dudó por unos segundos- una fuerza superior a las personas, una fuerza que crea y destruye a su antojo, mayor a cualquier otra fuerza jamás imaginada por cualquier raza.
-¿Como una tormenta?
Arjé rió en voz baja ante el rumbo que tomaba la conversación. Uanda lo notó y se sintió ofendida: cada vez le desagradaba más aquel chico con ese nombre tan raro.

Las colinas dieron paso a bastas extensiones de suelo yermo que terminaban en lejanas montañas. A lo lejos, Uanda vio un destello de plata que poco a poco iba tornándose en un intenso azul oscuro: habían llegado al mar. Su tío le había hablado del mar, pero ella jamás lo había visto. Lejos de lo que cabría esperar, se sintió mal, fatigada, recelosa. De forma instintiva se hizo un ovillo en su asiento.
-Tranquila, ahora está en otro lugar- dijo Arjé.
Antes de que pudiera preguntarle qué significaba eso, su tío intervino:
-Está bien, haremos un descanso aquí. Chico, sube el carro a aquella loma, donde la planta de aceite. Encended un fuego. Ahed, ven conmigo, a ver si aún sabes cómo se pesca en aguas templadas.

Así se hizo, y ambos jóvenes se dirigieron colina arriba. Kamal no tuvo en cuenta las protestas de su sobrina y la mandó a buscar leños secos hasta que regresara. Así que ahora estaba por primera vez a solas con Arjé, y eso la incomodaba sobremanera. No se le daba bien hablar con chicos. En realidad, no se le daba bien hablar con nadie que no fuese su tío, así que permaneció en silencio en todo momento, respondiendo con ademanes o monosílabos a los intentos del muchacho de comenzar cualquier tipo de charla. Finalmente este desistió.

Al llegar a una pequeña playa, Kamal desmontó y ató a su penco al tronco de un chopo que crecía alejado del bosque, justo en la linde entre arena y tierra. Miró a su alrededor y cuando encontró una rama que le pareció adecuada sacó su enorme cuchillo y comentó a separarla del árbol.
-¿Un arpón? - preguntó Ahed.
-¿Conoces otra manera? O es que pretendes sacar los peces con tus manos...
-Querido amigo, en este tiempo de avances y maravillas la capacidad del hombre por inventar nuevos conceptos de abastecimiento no tiene freno. Permite que te enseñe algo.
Ahed se dirigió a su yegua mora y tras desatar una correa de piel bajó un bulto de las ancas del animal. Tras desenrollar el lienzo que lo cubría, sacó tres baras, la una más ancha que la anterior.
-Esto querido Kamal, es una canía. Se la compré a un ermitaño hace dos inviernos en la costa de Corsica. Deja que te enseñe. Es el instrumento definitivo para la siada.
Ahed comentó a ensamblar el artilugio: una pieza consecutiva a la anterior hasta conseguir una vara que casi le doblaba en altura. Su grosor iba disminuyendo a medida que llegaba a la punta. Kamal soltó una risa burlona.
-¿Pretendes atravesar a un pez con esa punta tan débil? Sin duda tú también sufres de esa enfermedad de la cabeza. Has debido soñar que algo así funcionaría.
Pero su compañero no le hizo caso. Continuó uniendo piezas hasta completar la canía. Esta tenía un fino hilo que comenzaba en su punta más estrecha y se alargaba en una bobina cuidadosamente enrollada. Al final de la bobina colgaba una pequeña pieza metálica en forma de gancho.
-Mira, este es el anzuleo. Aquí pondré algo que tiente a los peces. Ya verás, cuando lo veas funcionar querrás tener una también.
-Sí, seguro- respondió irónico Kamal mientras afilaba su arpón.
Una hora más tarde volvían campo a través ambos hombres. La yegua mora de Ahed cargaba una cesta de arpillera repleta de peces, principalmente doradas y bodiones. Kamal cargaba al hombro su arpón con tres peces ensartados hasta la mitad del mismo. Su orgullo le impidió reconocer las ventajas de la canía, pero ya planeaba mentalmente cómo fabricar una él mismo. Quizás pudiera conseguir uno de esos anzuleos cuando llegasen a Gadira. Pero lo compraría a escondidas de Ahed.
-Mi hermana sucumbió a la enfermedad, Kamal - dijo de repente Ahed
Kamal guardó silencio.
-La primavera pasada. Comenzó como todos, despertándose en plena noche aterrorizada. En cuanto lo supe viajé a verla. Tardé cien días en llegar, pues las nieves aún no habían dejado los senderos libres en aquel momento. Cuando llegué llevaba tres días muerta. La gente de su aldea quemó su casa y todas sus pertenencias: pensaron que así se iría la enfermedad. Pocos días después varios niños se desvelaron de madrugada, despiertos por terribles pesadillas. No me queda nada de ella Kamal. No queda nada de su pueblo tampoco, murieron casi todos, y los que no, huyeron al norte.
-No puede ser. No puede haber llegado tan lejos. Si comenzó en el desierto.
-Entiendes la gravedad del asunto, ¿no? No hay escapatoria, tenemos que buscar una forma de defendernos.
-¿Defendernos? -Kamal se mostró asombrado ante las palabras de su amigo.-¿Defendernos de quién? ¿Acaso crees que alguien está provocando la enfermedad?
-No lo sé. Solo sé que si esto es un castigo de los dioses, alguien ha debido enfadarles.

Llegaron al campamento cuando el sol comenzaba a enrojecer el cielo. El fuego llevaba ya mucho tiempo encendido, como podía verse por la cantidad de ascuas y cenizas acumuladas. Parecía como si los chicos hubiesen estado alimentándolo continuamente. Y en realidad, así fue: Uanda, incapaz de relacionarse con Arjé de cualquiera de las maneras, se había entregado al fuego y ya llevaba varias horas sentada delante, echando ramas y troncos a intervalos cortos. Solo había abandonado su posición para ir a por más leña.
-Traemos rico pescado. Bueno, unos mas que otros -comentó Ahed socarrón.
-Vete al sol, piel de grillo - contestó Kamal.
Esta era la primera vez que oía a su tío insultar a alguien. Pero Ahed contestó con una potente risa, a la vez que rodeaba a su amigo con el brazo sobre el hombro y lo zarandeaba.
Comieron durante el anochecer y luego prepararon sus lechos. Uanda prestó especial atención a la disposición de los demás, con el fin de buscar un hueco lo más alejado posible de Arjé y lo más cercano a su tío. Antes de dormir, los cuatro estuvieron hablando alrededor del fuego.
-Mañana llegaremos al cruce. Está a solo una hora de aquí. Cuando lleguemos, nos separaremos.
Uanda había estado esperando esa charla desde que comenzaron la travesía, pero ahora que llegaba el momento, algo infantil y llorón se movía en su interior pugnando por abrirse paso. Kamal continuó:
-Ahed y yo iremos al sur, hacia Gadira. Tú, mi niña, irás a poniente, con Arjé. Él te acompañará hasta La Segura, donde debes encontrar a...
-A Jaua. Lo sé tío. Debo darle tu carta y esperarte allí.
Kamal la miró con ojos tiernos.
-Exacto. Debes esperarme. Hay cinco días de marcha desde monte Musa a Gadira. Desde allí intentaremos cruzar el estrecho hacia Tingus. No sé cuánto nos llevará conseguir un bote.
-No debes preocuparte por eso: conozco a varios mercaderes en Gadira, gente buena, acostumbrados a transportar cáñamo y cuscús desde el sur -intervino Ahed.
-Desde Tingus hasta Tantán hay cincuenta días de camino. Volveré en cuanto tengamos una solución para el mal que asola esas tierras. Antes del próximo invierno. Lo juro.
Uanda asintió suavemente, pero no pudo mantener la mirada de su tío, una mirada que decía ''lo siento''. Ella empezaba a darse cuenta de que existía la posibilidad de que jamás se volviesen a ver. Este pensamiento la golpeó con mucha fuerza, hasta humedecerle los ojos. Con la excusa del cansancio se metió en su lecho y giró la cara, dándoles la espalda a los hombres para poder dejar caer las lágrimas a escondidas. Si jamás volvía a casa, las calabazas y el maní no se recogerían a tiempo, y toda la cosecha se arruinaría. Algo tan trivial la desoló y le arrebató todas sus fuerzas. Cayó en un profundo sueño mientras los hombres aún hablaban. Justo antes de perder la consciencia notó la salmuera de sus lágrimas en los labios, y esto le recordó al mar, sin saber el porqué. Sintió frío.

1 comentario:

  1. Escritura fina y elegante como las sedas de Damasco, diálogos escuetos pero representativos, historia absorvente como pocas. Deberías darle una oportunidad como Dios manda a éstos escritos.

    (Sherman)

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