Otro
domingo mas, frente a la mesa de mantel índigo con motivos florales, el lechón
cocido haciendo de eje en lo que se presume como otra reunión de vacuas
refriegas e histriónicos argumentos, otra semana de porciones de alimento
sobrevolando nuestras cabezas. Grasas, aceites animales impregnándose en los
raídos labios de las bocas de mi familia, cada plato, el ajuar, confeccionando
una asamblea de delirios de risas burlonas.
Cada uno de ellos; mi padre, mi madre, mi hermana. . . Ellos sentados sobre el fastuoso roble de la silla, en una sala orbicular de decoración casposa antediluviana, en la que reposa inerte e ingrávida una lámpara cristalina de araña oteando nuestros cogotes.
Acaban de sentarse y rellenar sus vasos cuando observo sus esquivas miradas, como diciendo "¿Puedo empezar ya?", dándose permiso entre ellos en una pugna inconsciente y visceral por ver quién abre la veda, por ver quién desata los demonios y abre la caja de Pandora.
Cada uno de nosotros rellenamos turno a turno, jerárquicamente, nuestros vasos con agua mineral. Un día Papá dijo que el agua era la bebida más sana. Hermana no deja que bebamos otra cosa, de lo contrario, teme efusiva por nuestra vida, literalmente.
A nuestra derecha, nos acompaña imperturbablemente una ración de pan de pueblo junto al cuenco de sopa recién servida por mi enjuta Hermana. Mi sopa no tiene picatostes y mi pan está consumido por el moho. Empiezo a ponerme de mal humor. Mamá inaugura la ingesta llevándose la primera cucharada a su boca aderezada con pintalabios coral. Sufre un espasmo, impulsando violentamente su cuello hacia atrás, haciendo surcar la cuchara en plena ingravidez hacia el plato, pringando toda la sección de su mesa con el líquido ambarino. Hermana desata una hiriente risotada, bajando levemente su cabeza.
- ¡Jodidos pezoncitos! - Desgañita Madre con una leve sonrisa.
Papá, tan cauto como siempre, se las ve venir, dedicando una empática mirada pesarosa a mi madre, desviando la atención con una de sus conversaciones de opereta.
- ¿Habéis oído el nuevo caso de corrupción del Sindicato Nacional? - Comenta tímido, con la mirada desviada- No tienen vergüenza, en absoluto la tienen - Concluye con un tono de leve rabia.
Un lúgubre silencio inunda la sala, un silencio hostil que desata la frustración de Papá, agachando su cabeza como un cachorro lactante acorralado. Me dispongo a probar la sopa. Una cucharada, otra y otra, mientras frente a mí, se escucha el estruendo de la cuchara, el crugir del músculo y el hueso proveniente del asiento de Mamá. Un par de gotas impactan en mi cara, cuando mi hermana, siempre atenta a la par que entrometida, las limpia con su pañuelo usado.
- ¡Para! Serás guarra... -Digo con hartazgo, mordiendo mi labio inferior.
- ¿Qué sabrás tu? Deja de hablar de mi como si pudieses atravesar el espacio-tiempo - Me recrimina mientras la miro con desagrado por la aleatoriedad de su comentario.
- Parad, niños, parad - susurra comprensiva Madre mientras sufre uno de sus `clicks´ faciales- ¡Parad, hediondos negratas!
El jardinero, que en ese momento cruzaba la ventana que da al patio trasero, gira sobre sí mismo con pesar, ofendido. Es congoleño, o mas bien lo era.
- Cariño - Replica Papá haciéndose un hueco entre las burlescas risotadas de Hermana- Te he dicho que deberías olvidar los prejuicios raciales, no una, ni dos, ni tres, sino dos veces. Cambiando de tema, ¿estáis al tanto del caso de corrupción del Sindicato Nacional? Qué poca sensibilidad...
- Dios mío, Papá. Come y cierra ese pico- Interrumpo dejando caer la cuchara sobre el tazón, un poco harto del eterno bucle argumentativo de Padre.
- Es que ya he comido, malcriado. No sé por qué llenáis una y otra vez el cazo, si ya estoy mas que saciado.
- Apenas has dado dos cucharadas, Papá. - Le recrimino impaciente, con las manos temblorosas.
- ¿Papá es tu Dios y es un pájaro? - Interrumpe mi hermana de manera incoherente, levantando la mirada hacia mi- Definitivamente, estás perdiendo el juicio, hermano.
Observo a mi hermana de abajo a arriba con un ademán amenazante, haciendo que baje la mirada y que se centre exclusívamente en la sopa.
- Eres un maleducado, niño. No sé cómo has podido salir a mi hermana siendo así. -Interviene Papá tozudamente.
- Papá, soy tu hijo desde hace veinticuatro años.
- Eso cuéntaselo a mi hermana - Comenta jocosamente Padre- ,verás cómo se ríe.
- Pues yo no le veo la gracia a eso - Interrumpe una vez más Hermana, con sus fauces llenas de pan.
- Padre, tú no tienes hermana. - Le digo con cierta comprensión. - La tiene mamá, falleció hace cinco años, deja de apropiarte de su vida y de repetir todo lo que ella dice.
- Nuestro hijo tiene razón, duendecillo. Duendecillo, illo, illo. -Ríe Madre justo antes de arrojar su cuchara sobre la pared trasera, presa de un espasmo muscular. ¡Curanderos de poca monta!
La conversación cesa durante un par de minutos, un par de minutos que suponen un oasis en el demente desierto que supone para mí cada reunión familiar. Empiezo a cuestionarme concienzudamente por qué sigo presentándome semana a semana como si algo fuese a cambiar. Tal barahunda mental me invade, que no sé como he llegado hasta aquí. Si lo supiese, Dios sabe que no estaría ingiriendo esta desagradable sopa insípida.
- Hermano. - Me nombra posando sus delgadas manos sobre mi, haciendo que me estrelle de nuevo contra la realidad- ¿Te gusta El Señor de los Anillos?
- Sí, claro que me gusta.
- ¿Sí? Entonces, dime. ¿Quién dice "NUNCA EMPUJES A UN ENANO"?
- ¡¡Enano!! Como el piticlí de tu padre. -Irrumpe Madre con otra perspicaz aclaración.
- Supongo que un enano, hermana. Uno de esos enanos barbudos.
- Se llama Gimli. Todo al que le guste El Señor de los Anillos debería saberlo. Creo que deberías verlas otra vez antes de hablar contigo de este tema. - Concluye Hermana, tan petulante como siempre.
- NUNCA EMPUJES A UN ENANO. - Brama Madre estirando su cuello - Puto Barrabás.
- Ya está bien. Voy a poner la tele, a ver si os calláis un rato.
- Avísame cuando podamos volver a hablar - Dice mi hermana con la cuchara metida en la boca.
Me levanto pues, impacientado, empujando bruscamente la silla hacia atrás, en busca del mando que se encuentra sobre el mueble de la televisión. Volviendo a mi asiento, puedo observar a Papá mirándome con el ceño fruncido, como quien mira a un sobrino insurgente y no a un hijo. Miro hacia atrás y otra vez hacia él, jocósamente extrañado.
- Pon el tres. . . -Me ordena Papá, agresivo.
`Click´. "Pero antes de la sección deportiva, le ofrecemos en primicia las últimas imágenes de la manifestación del Sindicato Nacional, que ha recorrido esta mañana las calles de la Capital. `¡¡Más recortes, menos prevención!! ¡¡Más policía, menos educación!! ¡¡Que bajen los sueldos, que suba el Credo!!´"
- Vaya consignas - Intervengo un tanto sorprendido.
- Quién iba a imaginárselo , ¿no? - Me recrimina Papá, sarcásticamente - El Sindicato Nacional está corrupto e investigado, qué poca vergüenza... Pero claro, qué vas a saber tú. Hijo bastardo.
- Lógicamente, cariño. ¿Qué te esperas de un sindicato que aboga por ese tipo de cosas tan contradictorias dada su condición de defensores del trabajador?
- ¿Mamá? - Digo pasmado por su repentina demostración de coherencia, mientras todos centramos nuestra atención en ella.
- FARISAICOS NEGRATAS DE MIERDA- Desgañita Madre mientras me tira un trozo de pan duro.
- Vale, lo que me faltaba. -Comento para mis adentros, resignado.
- ¿Qué te faltaba?
- Maldita sea, hermana. Cállate.
- No le mandes callar a mi hija, bastardo. - Dice desafiante Papá.
- Valiente piticlí, Judas Iscariote del demonio.
- ¿Y lo del Sindicato Nacional? ¿Os habéis enterado? Qué falta de responsabilidad... Y estoy hasta los topes de sopa. ¿Por qué me rellenáis una y otra vez el tazón?
- Pues yo estoy muerto de hambre porque no me dejáis comer tranquilo.
- ¿Muerto de hambre? No tientes a la suerte, hermano.
- ¡¡Basta ya!! Me largo de este almuerzo de lunáticos.
Levantándome violentamente de la silla con mis cubiertos, enfilo camino hasta la cocina para arrojarlo todo en el fregadero, mientras un vaso estalla fulgurantemente cerca de mi espalda, presa de los espasmos de Mamá.
- ¡¡HIJOS DE PUTA!!
- Qué gracioso es mi hermano. No solo dice que papá es un Dios alado, ahora somos todos extraterrestres. Creo que está un poco desequilibrado.
Después de dejar los cubiertos dispuestos a limpiarse, tan chabacanos y ordinarios como siempre, me apresan las ganas de dirigirme hacia ellos, guiado por el creciente enfado y la saña, vociferar alguna verborrea hiriente e irme para no volver jamás. ¿Pero para qué? Para ser tachado de bastardo, escuchar groserías de Mamá, recibir alguna crítica sarcástica de Hermana y oir el bucle atosigante de las historias infinitas de Papá. No logro alcanzar el recuerdo tan lejano de cuándo esta familia transmutó en un experimento sociológico de mal gusto. Anhelo aquel tiempo en que mis congéneres eran...eran... ¿Y si siempre han sido así? Mi mente se pierde en la bruma de la reminiscencia de una conversación trivial, de el silencio y el sosiego doméstico, de una charla que no concluya en dolorosas risotadas. Tomar la mano de los míos y entregársela a los demás, escudriñar el Mundo sin miedo a exámenes de conciencia y susurros del gentío, un sueño tan necio, tan llano que parece inalcanzable, la distopía hecha utopía.
Mi única escapatoria se centra en la aprobación altruísta, en la resignación, la limitación del amor, aunque sean sus fronteras dolorosas y crueles. Inmiscuirme en su locura, formar parte de ella para que sus heridas sean también mías, compartir la aflicción, aunque no amaine al ser compartida. El espíritu del Cristo crucificado, aceptando la destrucción haciéndo de ella una moraleja, un motivo para morir con la cabeza alta.
`Es fácil´ , me repito concienzudamente a mi mismo, antes de llegar al comedor, antes de ver los tres cuerpos postrados en las sillas, carcomidos por la podredumbre y la ponzoña. Sus torsos exánimes, muestran tres heridas fatales de cuchillo directas al corazón. Y el mío se estremece al contemplarlos. Muertos, desde hace semanas.
Tendido sobre la silla estoy con la mente aturdida, balanceándome como un péndulo empujado por el viento, como los últimos vaivenes de las manecillas de un reloj que se queda sin pila. Mis pobres padres, mi pequeña hermana.
¿Mis padres? ¿Mi hermana? ¿Dónde estoy?
Cada uno de ellos; mi padre, mi madre, mi hermana. . . Ellos sentados sobre el fastuoso roble de la silla, en una sala orbicular de decoración casposa antediluviana, en la que reposa inerte e ingrávida una lámpara cristalina de araña oteando nuestros cogotes.
Acaban de sentarse y rellenar sus vasos cuando observo sus esquivas miradas, como diciendo "¿Puedo empezar ya?", dándose permiso entre ellos en una pugna inconsciente y visceral por ver quién abre la veda, por ver quién desata los demonios y abre la caja de Pandora.
Cada uno de nosotros rellenamos turno a turno, jerárquicamente, nuestros vasos con agua mineral. Un día Papá dijo que el agua era la bebida más sana. Hermana no deja que bebamos otra cosa, de lo contrario, teme efusiva por nuestra vida, literalmente.
A nuestra derecha, nos acompaña imperturbablemente una ración de pan de pueblo junto al cuenco de sopa recién servida por mi enjuta Hermana. Mi sopa no tiene picatostes y mi pan está consumido por el moho. Empiezo a ponerme de mal humor. Mamá inaugura la ingesta llevándose la primera cucharada a su boca aderezada con pintalabios coral. Sufre un espasmo, impulsando violentamente su cuello hacia atrás, haciendo surcar la cuchara en plena ingravidez hacia el plato, pringando toda la sección de su mesa con el líquido ambarino. Hermana desata una hiriente risotada, bajando levemente su cabeza.
- ¡Jodidos pezoncitos! - Desgañita Madre con una leve sonrisa.
Papá, tan cauto como siempre, se las ve venir, dedicando una empática mirada pesarosa a mi madre, desviando la atención con una de sus conversaciones de opereta.
- ¿Habéis oído el nuevo caso de corrupción del Sindicato Nacional? - Comenta tímido, con la mirada desviada- No tienen vergüenza, en absoluto la tienen - Concluye con un tono de leve rabia.
Un lúgubre silencio inunda la sala, un silencio hostil que desata la frustración de Papá, agachando su cabeza como un cachorro lactante acorralado. Me dispongo a probar la sopa. Una cucharada, otra y otra, mientras frente a mí, se escucha el estruendo de la cuchara, el crugir del músculo y el hueso proveniente del asiento de Mamá. Un par de gotas impactan en mi cara, cuando mi hermana, siempre atenta a la par que entrometida, las limpia con su pañuelo usado.
- ¡Para! Serás guarra... -Digo con hartazgo, mordiendo mi labio inferior.
- ¿Qué sabrás tu? Deja de hablar de mi como si pudieses atravesar el espacio-tiempo - Me recrimina mientras la miro con desagrado por la aleatoriedad de su comentario.
- Parad, niños, parad - susurra comprensiva Madre mientras sufre uno de sus `clicks´ faciales- ¡Parad, hediondos negratas!
El jardinero, que en ese momento cruzaba la ventana que da al patio trasero, gira sobre sí mismo con pesar, ofendido. Es congoleño, o mas bien lo era.
- Cariño - Replica Papá haciéndose un hueco entre las burlescas risotadas de Hermana- Te he dicho que deberías olvidar los prejuicios raciales, no una, ni dos, ni tres, sino dos veces. Cambiando de tema, ¿estáis al tanto del caso de corrupción del Sindicato Nacional? Qué poca sensibilidad...
- Dios mío, Papá. Come y cierra ese pico- Interrumpo dejando caer la cuchara sobre el tazón, un poco harto del eterno bucle argumentativo de Padre.
- Es que ya he comido, malcriado. No sé por qué llenáis una y otra vez el cazo, si ya estoy mas que saciado.
- Apenas has dado dos cucharadas, Papá. - Le recrimino impaciente, con las manos temblorosas.
- ¿Papá es tu Dios y es un pájaro? - Interrumpe mi hermana de manera incoherente, levantando la mirada hacia mi- Definitivamente, estás perdiendo el juicio, hermano.
Observo a mi hermana de abajo a arriba con un ademán amenazante, haciendo que baje la mirada y que se centre exclusívamente en la sopa.
- Eres un maleducado, niño. No sé cómo has podido salir a mi hermana siendo así. -Interviene Papá tozudamente.
- Papá, soy tu hijo desde hace veinticuatro años.
- Eso cuéntaselo a mi hermana - Comenta jocosamente Padre- ,verás cómo se ríe.
- Pues yo no le veo la gracia a eso - Interrumpe una vez más Hermana, con sus fauces llenas de pan.
- Padre, tú no tienes hermana. - Le digo con cierta comprensión. - La tiene mamá, falleció hace cinco años, deja de apropiarte de su vida y de repetir todo lo que ella dice.
- Nuestro hijo tiene razón, duendecillo. Duendecillo, illo, illo. -Ríe Madre justo antes de arrojar su cuchara sobre la pared trasera, presa de un espasmo muscular. ¡Curanderos de poca monta!
La conversación cesa durante un par de minutos, un par de minutos que suponen un oasis en el demente desierto que supone para mí cada reunión familiar. Empiezo a cuestionarme concienzudamente por qué sigo presentándome semana a semana como si algo fuese a cambiar. Tal barahunda mental me invade, que no sé como he llegado hasta aquí. Si lo supiese, Dios sabe que no estaría ingiriendo esta desagradable sopa insípida.
- Hermano. - Me nombra posando sus delgadas manos sobre mi, haciendo que me estrelle de nuevo contra la realidad- ¿Te gusta El Señor de los Anillos?
- Sí, claro que me gusta.
- ¿Sí? Entonces, dime. ¿Quién dice "NUNCA EMPUJES A UN ENANO"?
- ¡¡Enano!! Como el piticlí de tu padre. -Irrumpe Madre con otra perspicaz aclaración.
- Supongo que un enano, hermana. Uno de esos enanos barbudos.
- Se llama Gimli. Todo al que le guste El Señor de los Anillos debería saberlo. Creo que deberías verlas otra vez antes de hablar contigo de este tema. - Concluye Hermana, tan petulante como siempre.
- NUNCA EMPUJES A UN ENANO. - Brama Madre estirando su cuello - Puto Barrabás.
- Ya está bien. Voy a poner la tele, a ver si os calláis un rato.
- Avísame cuando podamos volver a hablar - Dice mi hermana con la cuchara metida en la boca.
Me levanto pues, impacientado, empujando bruscamente la silla hacia atrás, en busca del mando que se encuentra sobre el mueble de la televisión. Volviendo a mi asiento, puedo observar a Papá mirándome con el ceño fruncido, como quien mira a un sobrino insurgente y no a un hijo. Miro hacia atrás y otra vez hacia él, jocósamente extrañado.
- Pon el tres. . . -Me ordena Papá, agresivo.
`Click´. "Pero antes de la sección deportiva, le ofrecemos en primicia las últimas imágenes de la manifestación del Sindicato Nacional, que ha recorrido esta mañana las calles de la Capital. `¡¡Más recortes, menos prevención!! ¡¡Más policía, menos educación!! ¡¡Que bajen los sueldos, que suba el Credo!!´"
- Vaya consignas - Intervengo un tanto sorprendido.
- Quién iba a imaginárselo , ¿no? - Me recrimina Papá, sarcásticamente - El Sindicato Nacional está corrupto e investigado, qué poca vergüenza... Pero claro, qué vas a saber tú. Hijo bastardo.
- Lógicamente, cariño. ¿Qué te esperas de un sindicato que aboga por ese tipo de cosas tan contradictorias dada su condición de defensores del trabajador?
- ¿Mamá? - Digo pasmado por su repentina demostración de coherencia, mientras todos centramos nuestra atención en ella.
- FARISAICOS NEGRATAS DE MIERDA- Desgañita Madre mientras me tira un trozo de pan duro.
- Vale, lo que me faltaba. -Comento para mis adentros, resignado.
- ¿Qué te faltaba?
- Maldita sea, hermana. Cállate.
- No le mandes callar a mi hija, bastardo. - Dice desafiante Papá.
- Valiente piticlí, Judas Iscariote del demonio.
- ¿Y lo del Sindicato Nacional? ¿Os habéis enterado? Qué falta de responsabilidad... Y estoy hasta los topes de sopa. ¿Por qué me rellenáis una y otra vez el tazón?
- Pues yo estoy muerto de hambre porque no me dejáis comer tranquilo.
- ¿Muerto de hambre? No tientes a la suerte, hermano.
- ¡¡Basta ya!! Me largo de este almuerzo de lunáticos.
Levantándome violentamente de la silla con mis cubiertos, enfilo camino hasta la cocina para arrojarlo todo en el fregadero, mientras un vaso estalla fulgurantemente cerca de mi espalda, presa de los espasmos de Mamá.
- ¡¡HIJOS DE PUTA!!
- Qué gracioso es mi hermano. No solo dice que papá es un Dios alado, ahora somos todos extraterrestres. Creo que está un poco desequilibrado.
Después de dejar los cubiertos dispuestos a limpiarse, tan chabacanos y ordinarios como siempre, me apresan las ganas de dirigirme hacia ellos, guiado por el creciente enfado y la saña, vociferar alguna verborrea hiriente e irme para no volver jamás. ¿Pero para qué? Para ser tachado de bastardo, escuchar groserías de Mamá, recibir alguna crítica sarcástica de Hermana y oir el bucle atosigante de las historias infinitas de Papá. No logro alcanzar el recuerdo tan lejano de cuándo esta familia transmutó en un experimento sociológico de mal gusto. Anhelo aquel tiempo en que mis congéneres eran...eran... ¿Y si siempre han sido así? Mi mente se pierde en la bruma de la reminiscencia de una conversación trivial, de el silencio y el sosiego doméstico, de una charla que no concluya en dolorosas risotadas. Tomar la mano de los míos y entregársela a los demás, escudriñar el Mundo sin miedo a exámenes de conciencia y susurros del gentío, un sueño tan necio, tan llano que parece inalcanzable, la distopía hecha utopía.
Mi única escapatoria se centra en la aprobación altruísta, en la resignación, la limitación del amor, aunque sean sus fronteras dolorosas y crueles. Inmiscuirme en su locura, formar parte de ella para que sus heridas sean también mías, compartir la aflicción, aunque no amaine al ser compartida. El espíritu del Cristo crucificado, aceptando la destrucción haciéndo de ella una moraleja, un motivo para morir con la cabeza alta.
`Es fácil´ , me repito concienzudamente a mi mismo, antes de llegar al comedor, antes de ver los tres cuerpos postrados en las sillas, carcomidos por la podredumbre y la ponzoña. Sus torsos exánimes, muestran tres heridas fatales de cuchillo directas al corazón. Y el mío se estremece al contemplarlos. Muertos, desde hace semanas.
Tendido sobre la silla estoy con la mente aturdida, balanceándome como un péndulo empujado por el viento, como los últimos vaivenes de las manecillas de un reloj que se queda sin pila. Mis pobres padres, mi pequeña hermana.
¿Mis padres? ¿Mi hermana? ¿Dónde estoy?
Leerlo mientras suena la música: no tiene precio. Muy divertido y a la vez muy macabro. Abuso.
ResponderEliminarOstia, muy bueno
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