Ven, échate aquí a mi lado. Escucha, esta es mi música, pero nunca me ha sonado tan bien. Aquí, a tu lado, y tú al mío, tumbados en la cama que tanto esmero hemos puesto en deshacer durante horas. Me suena genial, y el humo entra y sale como en las películas en las que fumar es guay. Me da igual ennegrecer el pulmón, porque tú, esta música y esta cama y sobretodo nosotros, me limpia otras partes de mi que estaban más oscuras que mi tráquea. Esta es la paz de la que hablan, porque aunque afuera haya guerra, aquí, encima y debajo de ti, a penas hay hueco para lo malo, y entre tus brazos y tus labios y tus piernas y tus labios solo me importa que estemos a gusto y arrancarte tus mejores jadeos. Intoxicando el ambiente, y el que entre que arrugue la cara que para mi ya no tengo más sentido que el tacto: los demás se me han ido, todos juntos como uno solo, a un limbo raro, y tus palabras me vienen como desde mis sueños y tu cuerpo ya solo me sabe a mi boca. De la vista no me fío, si tu cara es de angustia en tanto que tus manos me agarran como nunca. Tus piernas me rodean y me hundo en el instante en el que todo pierde su sentido, como las palabras repetidas una y otra vez, y mis ideas se vuelven raras, como si fueran de otro.
Me veo desde fuera, dentro de ti y tan fuera del mundo. Dejo de escucharme. El silencio de ese instante en el que no miro la vida con lupa, sino que dejo mi vista desenfocarse con esa agradable sensación de abandono, ese silencio es el movimiento final de todo el baile de miradas y gestos, cuando la orquesta toca la última nota y todo queda quieto.
Y ahora el calor de estar aquí, recuperando los lazos con el mundo poco a poco, contigo. La hora, la ropa, las prisas, los besos de despedida... espera. Todavía no. Estábamos en el calor, en estar desnudo y no sentirse desnudo, el pudor que te hace juego con el pelo suelto y enredado. Y mi música, que nunca me ha sonado tan bien.
Tú te marchas y yo me duermo. Mientras llega el sueño mi cuerpo empieza a sentir de nuevo el tuyo, como cuando de pequeño, al volver a casa de la playa, todavía podía sentir las olas en el cuerpo ya metido en la cama. Siento tus manos que me atenazan sin piedad, y tu pelo en mi cara. Me siento en paz y duermo sin rencores. Magnífico.
Estas son las cosas que te haría y muchas más que me callo.
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