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miércoles, 17 de julio de 2013

Un nombre


Me observaste, implacable y lozana con tus luceros de querubín,
anidaste en mi el fulgor del deseo, diáfano por el infinito encanecer de los años,
rauda y atrayente clavando tu alma en mi recuerdo en un punto de eterno regreso,
inherente pasión gestada en mi psique, por el atractivo magnetismo de tu musitar,
negando el axiomático dolor, la certeza de mi eterno desgañito,
aletargando el negruzco abismo de mi mente con un anodino beso.

Resquicios de tormento, barres al piélago del olvido,
oquedad rebosante de desengaño, penas y hastío,
sesgando el esquilmado árbol de mis miserias,
asolando la yerma llanura de mis delirios y desvaríos,
dame tu llanto y tu alegría, aciertos y errores,
ondéalos victoriosa al viento, fluyendo a nuestro presente como un río.

Andemos extasiados en la inquebrantable rutina del anhelo,
ni temores, ni pasados desconsuelos quebrantan el eterno rielo,
de mi predilección por vos y mi vesanía de imberbe efebo,
regálame la vida concediéndome tus te quieros,
avanza inopinadamente,
despréndeme del pasado y sus relentes,
entéramente tuyo, haciendo de tu piel mi codicia de opulento,
siendo mi palpable utopía, gratificando mi nueva vida, Madre de mi segundo nacimiento.

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