En una institución de reclusión para enfermos mentales.
[...] ''Usted está aquí para hablar con un pobre demonio, un perturbado, no un criminal. La prensa no arregla citas para hablar con un carterista o con un chulo. Y lo entiendo. A veces a mi también se me antoja que debo de ser un fenómeno, famoso como los pendejos de los reality shows. Pero yo no soy famoso sino pendejo.
Claro, arrímese que se lo contaré todo. Una entrevista en exclusiva con el diablo de Medeiros.
No es usted el primero. Yo creo que el Señor me manda a todos esos huevones periodistas solo para que no olvide. No merezco olvidar. Y no quiero, porque si me quitasen mi culpa entonces no tendría nada que me asegurase que no me enloquecí.
No se preocupe, no espero que me entienda.
Carlos José Medeiros Campoamor. Pero me decían el Chico.
Pues porque siempre fui muy pellejudo.
Pellejudo, delgado, un esmirriado. Pero a mi nunca me preocupo. Ni a Marco. Él nunca me hizo burla y quizás fue eso lo que le hizo caerme en gracia. No sabría decirle el porqué de que él se me acercó. Pero desde bien chiquitos fuimos juntos. Así uno anda más seguro y los negocios van mejor.
Marco. Nunca supe sus apellidos. Nunca me los dijo. Yo creo que es porque el nunca tuvo padres y eso le molestaba. Pero le decíamos Limón. Por su pelo rubio.
Pero me estoy... cómo dicen ustedes los españoles... yendo por las ramas. Así que le contaré sin más retraso:
Era un martes. Lo recuerdo bien porque los martes solía hacer la ronda el camión blindado de la empresa aquella, recogiendo el dinero de los bancos del centro de la ciudad. Como siempre habíamos estado bromeando con atracarlo y marcharnos al norte, a Panamá, y montar un negocio de submarinismo para los los extranjeros.
Sí, un sueño hermoso. [...] No, no se ofenda, no me río de usted. Simplemente piénselo: el que se crío a hierro y palos nunca va a ser abogado, ni va a tener más oficio o beneficio que el que le traigan sus manos, y nunca van a estar limpias. Era un sueño, pero los dos sabíamos perfectamente que jamás se cumpliría, ni aunque nos dieran cien millones de dólares y la nacionalidad panameña. No íbamos a cambiar.
El caso es que íbamos bien contentos por el último golpe: más de 500.
Fue en un restaurante, uno de esos con terraza afuera y todo. Estaba repleto. Y más de la mitad del botín lo sacamos de las carteras de los que comían allí. Fue idea de Marco, que al parecer lo había visto en no se qué película de gringos.
Con tanto efectivo pensábamos ir al viejo de la sierra a por mota.
Mota, hierba. Marihuana. ¿Entiende ahora? Pero primero queríamos saciar el apetito de mujeres. Éramos jóvenes y a mi me ardía la sangre. No es que sea verdad que los latinos seamos todos unos... como se dice...
Eso, salidos. Es solo que a mi desde bien chiquito se me empina. O lo solía hacer como usted se figurará viéndome ahora.
Esa misma noche nos fuimos para las afueras, cerca de Río viejo.
Exacto, al burdel. En el que empezó todo. Como a unas dos millas de la ciudad.
Antes de entrar oí que me llamaban. Marco también tuvo que escucharlo porque giramos la cabeza parejos: hacia un pequeño callejón que quedaba entre dos de las naves industriales que hay allá abajo, justo encima de la ribera del río. Los dos nos dirigimos sin decirnos ni una palabra hacia la voz que me había llamado por mi nombre. Tendría que haberme dado cuenta en ese mismo momento de lo raro que fue aquello.
Era una anciana, tal y como pone en le ficha de mi declaración. Aunque ya ni recuerdo su cara. Creo que empecé a olvidarla justo cuando se desvaneció.
Sí, ya sé que nadie la vio. Eso dice usted, la policía y los testigos. No había ninguna anciana allí. Pero resulta que sí que la vimos,. Y me chupa la verga que nadie más la viera.
No, no íbamos tomados. Puede usted leerlo en el informe policial. Ningún tipo de sustancia extraña que no fuera la mota. No le dábamos al basuco, ni al ron. Eso es basura de perros callejeros. Nosotros ni tabaco. Solo mota, y no habíamos fumado nada en varios días.
Eso, la anciana. Usted me va a disculpar que ande divagando.
¿Le sorprende mi vocabulario? Yo también fui a la escuela de chiquito.
La anciana... el caso es que no recuerdo de qué hablamos. Solo recuerdo que ora se me antojaba menuda y andrajo ora inmensa y agresiva. No sabría decirle si tenía dientes o colmillos, mano o garras. A veces sueño con ella y en mis sueños tiene rabo y piernas de cabra, como lo oye.
También recuerdo que nos ofreció algo que no pudimos rechazar.
Pues un día de libertad.
Claro, yo se lo explicaría... si pudiera. Solo sé que lo que vimos allí fue demasiado fuerte para que no aceptásemos. Aceptamos de buenísimo grado.
El trato era simple: 24 horas de libertad. Un día al completo, con su noche, en el que podríamos hacer y deshacer a nuestro antojo, tomar lo que quisiéramos. Ir a donde nos pareciera.
No, no inmortalidad. No sabría explicarle en qué consistía concretamente. Usted imagínese que le dieran varios intentos de vivir. Que si algo saliese mal un día pudiese repetir ese día como si nada hubiera pasado. Detener el tiempo y hacerlo circular en redondo, una y otra vez. A las 24 horas tras el trato todo lo que hubiera pasado quedaría borrado y volveríamos al punto de partida. Como un juego de consola o algo así.
Claro que nos pareció raro, pero no era ya la mente lo que gobernaba.
Pues serían como las 10. Sí, las 10. Unos veinte minutos antes de que empezase a morir la gente.
Sí claro, lo que usted quiera: antes de que empezásemos a matar a la gente.''
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