Es la quincuagésima refriega en la que me veo envuelto con ella en lo que va de semana, los años nos pesan tanto como el anhelarnos, en una proporcionalidad casi cósmica, eso me desbarata y trunca la concepción de mi mismo hasta transfigurarme en un completo desconocido. Estoy extenuado de su ridícula figura, su deambular obtuso y cargante, sus chillidos de mirlo y su abrasadora petulancia. Tan certero es mi rechazo hacia todo lo que representa como mi incapacidad de herirla de cualquier manera. Ella huele mi candente aliento alcohólico día tras día, yo también. Desprende un enojoso perfume de colonias baratas de supermercado, y sabe que es el tipo de detalles que me impacientan aún más. Somos una caricatura de las postales de boda, una burda parodia de la esencia del apego, una comedia basada en otra comedia, el amor al odio y el odio al amor.
Trastos vuelan dibujando bellísimas parábolas, ellos casi palpan mi rostro, les escucho decir: ¿Quién demonios eres?, ni siquiera sabes la razón primigenia de tu naturaleza, eres un bastardo y estás absolutamente solo.
Mi hermano, andariego, hace las calles. En su locura de meditabundo ascético, siendo una burda imagen de lo que era. Mis padres símplemente no están y no son más que una sombra deslizándose en mi recuerdo, entonces, la sensación de aislamiento se acrecenta, como un hermitaño descolocado en medio de la civilización, representado por ella, bulliciosa y estresante, apática y automatizada. Solo ansío beber y hacer lo último que haría cualquier persona. Vivo una vida oscura y no puedo realizar mis sueños oscuros, eso me hace reflexionar sobre las últimas voluntades, en mi recia creencia de que todo ser consciente de su deceso, realizaría los actos más moralmente deplorables y poco ortodoxos imaginables, al fin y al cabo somos poco éticos en situaciones poco éticas, ya sea por identidad propia, leif motif, o por la propia inercia de esas situaciones. La boyante realidad que ahora se muestra ante mi, mientras trozos de porcelana sobrevuelan mi cabeza, es cumplir mis últimas voluntades antes de combustionar. Mis amores matan y asolan, como los de Cortázar. Pura contradicción. La misma esencia temporal se me antoja eterna y tediosa, cuando ésta debería ser fútil, dinámica y excitante.
Entonces, solo entonces, me dirijo hacia ella como un caballo furioso y descarriado, tanto que me parece escuchar el contínuo y categórico traqueteo de las herraduras aplastando el suelo, asestándole el derechazo de gracia en la zona alta de su pómulo izquierdo.
Ella se desploma, de forma inusitadamente poética sobre el mármol blanco, pausadamente y dibujando un lienzo en mis sentidos. Respiro apresuradamente mientras las lágrimas se dan una vuelta por mi rostro, en mi mente resuena O´mio Babbino Caro, es la sintonía que recuerdo siempre que estoy poseído. Me hace caer en un último arrebato de lucidez, ser consciente de que nos destruímos por no soportar el hecho de que nos amaríamos eternamente. Suena y suena más fuerte, terminando en estridentes alaridos que rebotan en mi cerebro. Me desvanezco de rodillas con las manos sobre mi rostro, y de forma vertiginosa, me embriaga la negrura de mi propia demencia, como siempre.
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Súbitamente, ya me encuentro en la calle sosteniendo una botella vacía sin etiqueta, la poca lucidez que me queda se centra en hacerme caer en la cuenta de lo tremendamente borracho que me siento. Aún no es demasiado tarde, soy consciente de ello porque cuando bebes a ciertas horas, caes en la cuenta de la intempestividad de tus malos hábitos, por las miradas de la gente, por su semblante huidizo y compadeciente.
El mundo se desvanece junto con nosotros, y me parece un hecho de la más extrema belleza y esteticidad existencial. No se trata de las guerras, ni de la miseria y la escasez puesto que han sido nuestros compañeros de viaje desde el mismo génesis. Me miráis con piedad y condolencia, pero todos vosotros sois los dementes, piezas de un titánico engranaje que os guía continuamente, y ese engranaje sois vosotros mismos. Vuestra concepción del amor y el odio, vuestra esperanza utópica, vuestra moralidad teológica. . . Engranajes tan inestables que harán quebrar la cadena de montaje de nuestras propias vidas, quedando solo la locura en consecuencia de la decepción y el desánimo. Todos caeremos, y dichosos sean los que conocen tal destino.
Caigo en la cuenta de que llevo largo rato pateando la calle aleatoriamente y mis impulsos etílicos hacen de guía de mis propios instintos, cuando repentinamente haciendo esquina, me encuentro con unas letras de neón, aderezadas con llamativos colores en las que puede leerse "licoreria", y creedme si hace meses que no me permito el lujo de poder declarar eso de "Bingo". Vivo una vida oscura y no puedo realizar mis sueños oscuros, cuando entro y me topo con una desgarbada dependienta de cabello desaseado pero suave y enjuto rostro. Sonríe y espeta: Eres el borracho más borracho que entra aquí en mucho tiempo.
Aunque sea mediante atención negativa, he captado la suya y pienso aprovecharlo. "Y tu eres la dependienta más espontánea de todas las licorerías que visito", le digo. Le reclamo el whisky más seco y enjugado de sus estantes, entonces me invade la sensación de que mi pésima conducta no hace más que atraerla hacia mi persona, me observa meditabunda pero sonriente, animosa se da la vuelta buscando fervientemente en las estanterías.
Para tener su edad conserva una figura estética y atrayente, luce un buen trasero forrado en unos shorts vaqueros de poca monta, entonces el alcohol empieza a distribuirse por las zonas más pragmáticas de mi cuerpo. Me sirve el vidrio con energía sobre la caja, guardándolo en una bolsa de papel. Le arrojo la típica mirada que hace a las mujeres saber que están siendo observadas, desde su abdómen hasta su rostro, y está justo enfrente, mirándome. Lanzando la típica mirada que haría a los hombres saber que están siendo observados, menos a mí. Le hablo, me contesta. Me habla, le contesto. La estúpida pseudocompatibilidad que hace enamorarse a los necios, justo enfrente. "Puedes pasarte dentro de media hora, estaré cerrando la tienda". Todo está hecho, salvo apurar la botella del whisky más seco de la ciudad. Me precipito exhausto sobre un banco colindante, abro la botella y doy los primeros sorbos del frenesí. El imperecedero calor etílico me abraza sosegado, abro mi vieja chaqueta y descubro la funda de mi pistola. La cierro inopinado, esperando no ser visto, ni por los demás ni por mi mismo, mi única meta es convertir éste licor en cascada dentro de mi gaznate.
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Ha pasado media hora y me dirijo a la puerta de la licorería. Sorprendo a la dependienta descendiendo las verjas con su sonido estridente, está agachándose hasta al suelo para cerrar su negocio y yo me levanto hasta el cielo para abrir el mío. Se vuelve a levantar cuando nota el roce de mi cuerpo descendiendo por su espalda, da un pequeño brinco y me mira sobrecogida con sus brillantes ojos. Sonríe. Me habla, le contesto. Le hablo, me contesta. Me besa, la beso. Andamos durante un rato hablando de trivialidades, agarrándome del brazo de forma cálida y hospitalaria. Nos dejamos caer en el soportal de lo que parece ser su casa, ella abraza mi espalda mientras esperamos el ascensor y de repente subimos a él. Uno frente al otro esperando nuestro inverso destino.
¿Me anhelará?, ¿de verdad puede quererme?, esas cuestiones redundan mi mente, de pared a pared, haciendo de mi cerebro una auténtica masa incandescente, provocando mi cólera. Quiero a mi mujer, la que yace exánime sobre la cocina, muy merecidamente. La única zorra estúpida que me seguirá adorando aunque la desfigure. Lo suyo es una postura y un estereotipo, anhelando a alguien que la salve de su propia inmundicia a la vez que nadie es consciente de la mía. Llegamos al tercer piso, gira sobre sí misma abriendo la metálica y ruidosa puerta del ascensor. Nota algo en la parte baja de su espalda a la vez que gira su cuello buscando el lucero de mi mirada, le tapo la boca con mi mano izquierda a la vez que ella ríe retozona. Me excita la idea de que piense en una especie de estratagema erótica mientras apunto a su columna con mi arma.
Me lleva a su puerta y la abre con las llaves. Presiono el martillo de la pistola, haciendo saltar el distintivo sonido del tambor. Ella se retuerce sospechando lo peor, pero aprovecho su brusco movimiento para colocarle la bolsa de papel en la boca a forma de mordaza, agarrando sus extremos con mi mano izquierda tras su cuello, posteriormente colocándola sentada sobre el sofá.
De repente, los acontecimientos toman un cáriz perturbador e inesperado en el momento en el que se abre una puerta al fondo del pasillo que sigue al salón principal. "Al mínimo grito, puedes darte por muerta, tú y el que salga por esa puerta". Se asoma una resplandeciente figura escuchimizada de hirsutos cabellos y de unos catorce o quince años que avanza precavida por el oscuro pasillo mientras la apunto. Apenas cruza el marco de la puerta, mientras hurgo los bolsillos de mi chaqueta le digo: Ven aquí, no hagas ruido y átale las manos a tu madre. Ella se arrodilla con estrepitosa obediencia, colocando sus manos sobre su espalda. Su hija se coloca tras ella, confeccionando el nudo que aprisionará a su propia madre, ella la maniata de forma extraordinariamente efectiva y brusca, ella levanta su mirada ante los hombros de su madre, fijándola sobre mí, sonriéndome. Ella se levanta vivazmente contoneándose y casi rozándome, con su persistente mirada, sonriendo de una manera intensamente atrayente y perturbadora. La madre llora como llevada por los demonios en una especie de presagio, temiéndose lo peor, pero yo no logro a entender nada, anonadado mientras la delgada y bamboleante estampa se pierde en el pasillo.
Con su mirada, con su lozano reir, ella me somete a algo que escapaba a mi entendimiento, poseyéndome y transladándome a una vorágine turbadora que me provocó mareos. He transmutado en un ente que francamente no creía ser, llevado por una mirada que provocaría guerras. Me recompongo de un brinco para evitar desfallecer. Me bajo apresuradamente la bragueta y empujo violentamente la cabeza de la madre sobre mi, provocando su regurgitar. Le propino un golpe en la cara por pura frustración, el papel de la botella no es suficiente para limpiar tal desperdicio, pero me resulta indiferente, símplemente soy un ánima llevado por las cadenas de la demencia, unas cadenas que se rompen por cada minuto que transcurre. Prosigo presionando su cabeza sobre mí hasta que sus lágrimas alcanzan mis pies en lo que me resulta un magnífico paradigma del sometimiento. Pero la situación comienza a cansarme, las lágrimas se derraman por vacuos y facilones sentimientos como el desasosiego y la aflicción. Quiero escucharla desgañitar en un fiel reflejo de las sensaciones más complejas y difíciles de alcanzar: La impotencia, el tormento o el desconsuelo.
Bajo violentamente sus shorts, la levanto haciendo fuerza desde sus hombros y estampo su rostro contra la blanca pared, dibujando lienzos con la sangre que eso le provoca, dispuesto a explorarla anatómicamente como nadie. Entonces la ensarto sin mediación mientras la golpeo repetidamente contra la pared, alcanzando el punto justo entre el dolor y el trauma, regocijándome con el tipo de gritar que únicamente se alcanza descendiendo a los infiernos.
Algo me alcanza súbitamente la espalda y tira de mi chaqueta. Llevado por el frenesí no caí en la cuenta de que la joven hija me había alcanzado, reptando por la casa. Ella me mira con un semblante serio que me hipnotiza, dejando caer a la madre casi desfallecida al suelo. Dibuja una sonrisa paulatina en su cara y yo la observo atentamente. No habla con su boca, me habla con sus ojos y eso parece bastarme. De manera pausada agarra la mano con la que sujeto la pistola y la coloca con el cañón pegado a su propia frente, riéndose. Hace que mi universo se tambalee solo con ese gesto y francamente, creo enamorarme de ella perdidamente. Agarrada al brazo del verdugo, me aleja unos metros de su madre, colocándome sentado sobre el respaldo trasero del sofá. Yo estoy desnudo de cintura para abajo mientras se aproxima a mi regazo, cambiando su aspecto sonriente y mostrándose ligeramente severa. Ella sigue fijando el cañón del arma sobre su cabeza mientras empieza a juguetear conmigo.
Detesta a su madre incluso más que un desconocido enfermo y frenético, deseando tanto como yo hacerle alcanzar el más complejo de los estados mentales: La locura.
Ahora, suprimiendo totalmente la sumisión, nos convertimos en aliados de una misma lid, a la imagen y semejanza de cuantos nos rodean. Mientras ella continúa explorando mis partes bajas, agarro mi arma y abro el tambor, sustrayendo todas las balas menos una. La hago girar intensamente y lo vuelvo a colocar sobre la estructura de la pistola. Ella percibe el sonido del tambor girando compulsivamente y de nuevo empieza a sonreir. Coloco el cañón en su bamboleante nuca y carcajea animosamente. Es la primera vez que escucho un breve ápice de su voz, aunque esté parcialmente mutada por tener su boca ocupada en mí. Mientras tanto la madre mira fíjamente, absorta y enajenada, internándose secuestrada en nuestro propio mundo.
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Coloco apaciblemente mi dedo índice sobre el gatillo, acostado en la dedicada y pasional nuca penduleante de la hija mientras ella cierra los ojos con fuerza. Decididamente lo aprieto, pero el cañón no dispara la bala. Ella respira hondo dentro de sus posibilidades y vuelve a sonreír. Yo me muestro serio, mirando concienzudamente el rostro de la apresada madre, que se muestra poseída y con la mirada absolutamente perdida. Llegado a éste punto, mi nivel de excitación es máximo, pero debo concentrarme en agotar las balas de la recámara para alcanzar la misma elevación carnal.
Vuelvo a posar mi dedo índice sobre el gatillo, repitiendo la hija el mismo gesto que en el primer amago de disparo. Lo aprieto justo cuando ella suspira, en parte llevada por el miedo. Ese temeroso ademán supone, parcialmente, un chasco. Ella no debe mostrar temor puesto que para mi supone volver a posar los pies en la tierra, como despertar de una ilusión onírica. Aprieto su cabeza sobre mi pubis en un acto de pura decepción, pero ella, menuda y juvenil, parece disfrutar de mis descarriados arrebatos.
Mi dedo índice vuelve a acariciar el gatillo de la muerte, mientras ella insiste con su persistente sonrisa, entretanto levanto de nuevo la mirada sobre el magullado rostro de la madre. A ella se le da inusitadamente bien el arte del fellatio, mientras me doy cuenta de tal acontecimiento, siento que me encuentro a las puertas del éxtasis orgásmico. Dominado por la palpable fogosidad, cierro los ojos decididamente, eyaculando en su paladar, apretando el gatillo. Acontecimientos enrevesados y caóticos que se suceden en una vorágine de sensaciones encontradas, solo que ésta vez una ristra de sangre y materia gris impacta violentamente sobre mi rostro.
Mi platónica concubina yace sobre mi regazo. Parte del disparo ha alcanzado la zona alta de mi muslo y quema como ascuas.
Ella está muerta, y su madre está loca.
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Han transcurrido algunos meses desde mi bautismo de fuego. Ante la incapacidad de la madre de comunicarse mínimamente, he evadido las fauces de las fuerzas del orden, mientras desesperados, andan de casa en casa escudriñando cualquier sospechosa migaja que les lleven ante mi puerta.
La percepción de mi propia insania se ha desvanecido lentamente desde entonces, como pasando mi lóbrego testigo a la catatónica madre traumatizada, siendo ella mi liberación y la persona que ha hecho redimirme de mi ocaso.
Cuando volví a casa, después de un par de horas de concienzuda limpieza, troté compungido hacia mi mujer, que se reponía de su herida facial, abrazándola como no la he abrazado jamás y reverenciándola como si el mañana fuese una utopía, sabiendo en mi fuero interno que he actuado guiado por las hebras del apego y la adoración que por ella siento. En un extremo de mi conciencia, he causado delirio y lujuria. En el otro extremo he brindado prosperidad, alguien digno de quien prenderse y un sujeto desbravado al que no temer bajo ninguna circunstancia. En el meridiano, solo quedo yo, encarnando lo positivo y lo negativo, personificandoos a vosotros mismos, reflejando vuestra moral laxa y vuestros falsos modales.
"Todo el mundo ha querido quitarle importancia , sin dejar de presentarlo como un monstruo estúpido con poderes hipnóticos. Un fascista y un comunista. Un amante de los negros con prejuicios raciales . Un canalla machista. Cristo y el Diablo a la vez. Alguien en el lado opuesto de todo."
Aplausos* Arcadas*
ResponderEliminarHostia puta, pero qué gore se está poniendo el colectivo. Me gusta, aunque me ha dado bastante asco en algunas partes. Te agradezco tela que por fin hayas hecho un texto más asequible en cuanto al léxico.
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ResponderEliminarHabía un momento en el que me sentía sucio de leer aquello, como cuando ves porno y piensas que alguien va a entrar en tu cuarto y sin embargo no puedes dejar de mirar.
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