¿Ves la lluvia precipitándose?. La ciudad se vuelve
gris resplandeciente y la gente ríe animosa en sus hogares, y ese incesante
humillo brotando de las alcantarillas. . . El tráfico es un caos y los claxons
retumban hasta el cielo. Hay una chica con minifalda que anda sola con su
paraguas roto, y me sienta muy bien que la misma lluvia nos empape por igual.
Un hombre entrado en edad con gabardina e hirsuta barba se cruza conmigo y le
escucho llorar. ¿Qué demonios pasa?, la ciudad está tronando y está arrastrando
la suciedad cuesta abajo, pero es maravilloso. Se escucha un contrabajo
afinándose desde un tercer piso, las cortinas son amarillas y la luz centellea
desde el fondo. Piso un charco y me empapo el bajo de mi pantalón, pero me es
indiferente. Cuando llueve, la gente cruza las calles como llevadas por el
diablo, cuando llueve se le teme un ápice menos a la muerte, regatean con ella
en cada bocacalle y en cada avenida.
El cigarrillo se me cae de la boca porque el agua ha calado hasta dentro y se ha desmenuzado, no soy muy amigo de los paraguas. Me gusta estar a merced de la naturaleza, que me llueva encima si Dios ha querido que así sea, y que me arda el cabello si tiene que hacer calor. Pero hoy es el día de las prisas, de la gente corriendo a la mínima gota, de no discernir entre el alba y el crepúsculo. Como si de repente, en un lapso temporal, todo hubiese parado y la Tierra dejase de rotar sobre sí misma, y me parece estúpidamente magnífico. Tan estúpidamente magnífico que me he pasado de la calle donde se suponía que recogería mi droga. El perderme la estampa de mi camello en un lóbrego callejón con el agua calándole hasta el alma me parece devastador y entristecería éste ambiente tan melancólicamente bucólico.
Me quedo frente a la ventana del hombre del contrabajo, mirando de forma penetrante a expensas de que su dichoso propietario salga y me diga algo. Notaría un rumor viniendo desde fuera, o un inexplicable escalofrío, pues a los cinco minutos vislumbré su silueta haciendo ademanes de que subiera. Subí y me invitó a una copa mientras terminaba de afinar, yo me senté en su piano, acariciando las teclas como si del busto de la mujer desnuda que tenía tirada en el sofá fuese. La lluvia suena distinta desde dentro, más subversiva y desafiante, no me gusta esa sensación. El chico se me queda mirando anonadado, observando como fijo mi mirada en el exterior durante un par de minutos sin mediar palabra. Noto su mirada clavándose en mi cráneo y me hace despertar de mis devenires utópicos. Le miro y sonrío como diciéndole: No es mi culpa, estoy como una regadera. Me invita a un poco de "pot" mientras me invita a sentarme en el sofá, al lado de la mujer desnuda durmiente. Lo consiguiente es esencialmente protocolario. Háblame de tus raíces y yo te hablo de las mías, un debate artístico, un breve discurso sobre pretensiones mutuas y poco más. No hay cabida para nimiedades cuando llueve, y le hablo por boyante inercia. "No pasa nada, amigo, todos los días te cruzarás con alguien como yo". Me invita a pasarme por el club donde toca y se despide de mí propinándome un beso en la boca. Ni tan siquiera me planteé el por qué de ese adiós, ni siquiera el hecho de que me resultase indiferente, todos deberíamos besarnos a todas horas sin mediar palabra, y debería difundir el ejemplo nada más abrir la puerta de ésta casa.
Sigue lloviendo de forma más contundente y furibunda. Las calles están más solas y tristes, ellas lloran por cada surco del adoquinado, pero no es tiempo para plañir, porque el Rey de la Noche ha vuelto más mojado y borracho que nunca. Me espera una velada en un club anónimo para escuchar las notas del hombre que me besó y de una guapa mujer vestida que no reconoceré. ¿Ves la lluvia precipitándose?. Todo más gris y volátil, más decadente y gentil. Sean bienaventurados.
El cigarrillo se me cae de la boca porque el agua ha calado hasta dentro y se ha desmenuzado, no soy muy amigo de los paraguas. Me gusta estar a merced de la naturaleza, que me llueva encima si Dios ha querido que así sea, y que me arda el cabello si tiene que hacer calor. Pero hoy es el día de las prisas, de la gente corriendo a la mínima gota, de no discernir entre el alba y el crepúsculo. Como si de repente, en un lapso temporal, todo hubiese parado y la Tierra dejase de rotar sobre sí misma, y me parece estúpidamente magnífico. Tan estúpidamente magnífico que me he pasado de la calle donde se suponía que recogería mi droga. El perderme la estampa de mi camello en un lóbrego callejón con el agua calándole hasta el alma me parece devastador y entristecería éste ambiente tan melancólicamente bucólico.
Me quedo frente a la ventana del hombre del contrabajo, mirando de forma penetrante a expensas de que su dichoso propietario salga y me diga algo. Notaría un rumor viniendo desde fuera, o un inexplicable escalofrío, pues a los cinco minutos vislumbré su silueta haciendo ademanes de que subiera. Subí y me invitó a una copa mientras terminaba de afinar, yo me senté en su piano, acariciando las teclas como si del busto de la mujer desnuda que tenía tirada en el sofá fuese. La lluvia suena distinta desde dentro, más subversiva y desafiante, no me gusta esa sensación. El chico se me queda mirando anonadado, observando como fijo mi mirada en el exterior durante un par de minutos sin mediar palabra. Noto su mirada clavándose en mi cráneo y me hace despertar de mis devenires utópicos. Le miro y sonrío como diciéndole: No es mi culpa, estoy como una regadera. Me invita a un poco de "pot" mientras me invita a sentarme en el sofá, al lado de la mujer desnuda durmiente. Lo consiguiente es esencialmente protocolario. Háblame de tus raíces y yo te hablo de las mías, un debate artístico, un breve discurso sobre pretensiones mutuas y poco más. No hay cabida para nimiedades cuando llueve, y le hablo por boyante inercia. "No pasa nada, amigo, todos los días te cruzarás con alguien como yo". Me invita a pasarme por el club donde toca y se despide de mí propinándome un beso en la boca. Ni tan siquiera me planteé el por qué de ese adiós, ni siquiera el hecho de que me resultase indiferente, todos deberíamos besarnos a todas horas sin mediar palabra, y debería difundir el ejemplo nada más abrir la puerta de ésta casa.
Sigue lloviendo de forma más contundente y furibunda. Las calles están más solas y tristes, ellas lloran por cada surco del adoquinado, pero no es tiempo para plañir, porque el Rey de la Noche ha vuelto más mojado y borracho que nunca. Me espera una velada en un club anónimo para escuchar las notas del hombre que me besó y de una guapa mujer vestida que no reconoceré. ¿Ves la lluvia precipitándose?. Todo más gris y volátil, más decadente y gentil. Sean bienaventurados.
El mandril de la tundra.
ResponderEliminarNo era mi intención que eso pareciese. Lo prometo.
ResponderEliminarQué hermoso.
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