Y de golpe y porrazo llega la soledad, no ese tipo de soledad afable del asceta que te hace meditar y recapacitar sobre los mil y un aspectos de tu condición humana, sino la intachable sensación de aislamiento y desamparo, el tipo de angustia que se debe sentir cuando te falta un bordillo al que agarrarte cuando vas a estamparte desde un séptimo piso.
Para nada es soledad en su connotación más nativa, tengo la certeza de que estoy de todo menos solo. Más bien es el cese de una acción que has llevado a cabo ininterrumpidamente en un considerable lapso de tiempo, una actividad cotidiana y agradable que por motivos que no vienen al caso, se evaporan en el tiempo y pasan a formar parte del pasado. Cambiar el día a día de forma rotunda a veces causa esto. Este tipo de soledad suele mezclarse con la impotencia, y vaya impotencia. Hacía tiempo que no la vivía de forma tan irrebatible, viene a ser como si te diesen por detrás a ti mismo, te atasen a una silla y te obligasen a mirar.
Lo peor de todo es el síndrome de Estocolmo, el complejo de mujer maltratada de carácter inutilizado. Añorar a quien te desecha, rememorar a quien te olvida, sufrir a quien te relega, y todo viene dado por la carente asimilación de la maldad. No quiero dar a entender que una mala experiencia con el género femenino pueda instigar ningún tipo de locura, las guerras, el hambre, la exclusión y el acoso la incitan, pero vuelvo a lo de antes, la maldad.
El simple hecho de vivir de lleno la perversión y la depravación, hastía. Ponerme en la piel de un embaucador crónico me hace estar un poco más pirado porque soy demasiado inocente para entender la maldad en su esencia, premeditada e inmerecida. Definitivamente soy demasiado idiota e inocente para este mundo.
Tampoco nos pongamos demasiado contestatarios, también he causado el mal ajeno y me hace sentir demasiado bien describir al mismísimo Belcebú cuando las cosas podrían resultar ser más relativas de lo que realmente son, pero ante el dolor me gusta encogerme, señalar puerilmente al verdugo y sacar pecho como a cualquier ser humano con un mínimo de orgullo exigible. Qué coño. Incluso que te pisoteen puede llegar a ser sugerente y revulsivo. Te sientes más vivo en el quinto Infierno que en una nube, tu mente se estimula, buscas razones para escalar ladrillo a ladrillo el pozo, cuestionas al prójimo, a la gente que se cruza contigo, cuestionas la vida, cuestionas tu vida, te cuestionas a tí mismo. Y si hay algo sano en este mundo es autocuestionarse hasta las mismas entrañas. No merecemos lo que creemos merecer, tanto para lo bueno como para lo malo, al fin y al cabo.
Todo esto me jode por Charlie. El arquetipo de persona que le sacaría una sonrisa hasta a su asesino. Parte de esa esencia se inoculó en mi, rápido como un fulgor o una supernova. La devoción por sonsacar lo agradable de cada matiz de la vida, la predilección por otear el futuro con ilusión, en conclusión, sacar luz de donde la gente saca mierda, sacar diamante de donde los demás sacan carbón. Puede que no fuese su intención transmitir ese modus vivendi a sus allegados, pero parte de esa visión sobre el me hizo cambiar un poco. Por eso me aterra, porque estoy escribiendo éstas líneas en pasado.
También me jode por Moha, el otro albaricoque. No quiero que se tomen este testimonio jocosamente porque creo en cada palabra que enuncio, de lo contrario, me hubiese ahorrado el escribir desde los catorce años. Y ni tan siquiera me jode por el, me importuna mucho por vosotras, mujeres. Me importuna porque no sois conscientes de vuestros actos cuando decidís rehusar de la compañía que pueden brindar dos sujetos como nosotros. No estoy tomando un postura embravecida desencadenada por el dolor o la frustración como lo haría una feminista con años arrastrando inactividad sexual. Es que realmente no me cabe en la cabeza como un ser humano, persona, homo sapiens, puede llegar a tan altas cotas de credulidad, viendo lo que impera por ahí.
Estoy desvariando, y quizás esté causado porque me he mudado esporádicamente a una ciudad en la que ya no pinto nada ni donde se me ha perdido nada por ahora, por eso les recuerdo aunque trate con ellos casi diariamente.
"Mereces algo mucho mejor", "no te llegaba a la suela del zapato", "puedes encontrar a quien quieras" entre otras afirmaciones que pueden o no ser ciertas, pero estoy exhausto de ser algo así como el tío perfecto y empático. Ahora seré quien no merecen aunque vaya en contra de mi propia naturaleza, Siddharta quiso experimentar la riqueza material siendo un gurú espiritual, y lo hizo. ¿Por qué no iba a poder jugar en mi contra una temporada por tal de entender mejor el dolor que se me ha causado?.
Como dijo un viejo alemán, el honor es la perdición. Y yo soy el ser humano menos perdido del mundo en estos momentos, pero se acabó, estoy testeandome y experimentando con mi propia escritura. Escribir directo a los ojos como si le gritases a una multitud es la forma más eficiente de ahogar la aflicción y de sacarla por cada poro de tu piel, pero no soy yo, soy otro, y por eso se acabó.
Pam pam pam. Crucifixión. Está demás decir eso de ''salgamos a buscar petrocas'' pero no eso de ''bua chaval''. Me siento como Iker Casillas: con este tio me juego la titularidad.
ResponderEliminar:)
Es interesante como los sentimientos ajenos pueden resonar con tanta precisión en nosotros. Me he sentido compenetrada con unas cuantas líneas y volveré a leerlo todo por si me he saltado algo. Gracias Alex.
ResponderEliminarUna vez más gracias por leer, Zvenit. Nos ayuda a seguir con esto por el simple hecho de que se nos visite, se nos lea y se nos comente.
ResponderEliminar