No puedo escribir, tampoco puedo izar la vista sin sentir estupor, no puedo reir, ni llorar, cuanto menos pretender que puedo conmigo mismo, ni conservar un ápice de certidumbre, ni simplemente arraigarme al "son cosas que pasan". El pavor a hacer mi propia vida, la creencia de que progresar me hará vulnerable, de que experimentar me amilanará y de que creo ser libre. Últimamente no tengo el placer de hundirme en el desconsuelo ni de alzarme en el gozo, siempre hay una maldita balanza que equilibra mis emociones y que desbarata mi alma.
Desde hace tiempo solo me aferraba en confiar, tender una mano, ofrecer un hombro en el que sucumbir y tener uno en el que hacerlo, apartar los prejuicios, desatender las frívolas palabras que nos bailaban. Someternos el uno al otro y someternos a la vida, algo que me es ridículamente imposible hacer sin alguien que me empuje del nido.
Pero me han arriado al asfalto, han pisado mi cuello y lo han arrancado todo de cuajo como quien destripa un animal, tan despiadado que no alcanzaba a esperármelo y tan tétricamente verdadero que no soy capaz de concebirlo. Ahora no tengo nada a lo que aferrarme, y lo que es peor, soy más regio, más receloso y más hermético, en definitiva, peor persona. Solo puedo dilucidar una verdad absoluta en todo esto, nada ni nadie merece inducir la preocupación de los míos por mi persona, que escudriñen los gritos y los lamentos de mi mirada aunque ni siquiera pueda abrir la boca, que tengan que aguantar la obviedad de mi pesadumbre sin poder hacer nada, no brindarles el placer de poder arropar a un amigo, a un hijo y a un hermano que revienta en lágrimas. Y desearía hacerlo.
No puedo escribir, menos aún sobre mí mismo y mis dilemas. Me hacen sentir frágil y melodramático. Todo era más fácil cuando recurría al lenguaje rebuscado y cuando me ocultaba en la subjetividad de los sentidos metafóricos y alegóricos. Así solo me siento desnudo. Desnudo y degradado. Todo incitado por el espíritu retorcido de algunos seres humanos.
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El arquitecto, prendado de la tierra que le bañaba, erigió una una torre de madera que encandiló a todo el pueblo. En ella podías subirte para besar el cielo y admirar la tierra. Podías observar cada nimio detalle de su estructura cuidadosamente acabada, los arcos en gola y encumbrándola, una flagrante cruz tallada a mano.
Pavoneándose, el arquitecto se jactó de que su torre se alzaría para siempre, orgulloso de su creación perfecta. Pero pasados unos meses, el terreno se deslizó y vorazmente devastó la flagrante creación del arquitecto. Le siguieron días de espanto y pesadumbre, su oficio carecía de sentido puesto que no lograría alcanzar algo así jamás.
Un día, el arquitecto se vió asaltado por una idea: Coger sus planos para volver a izar su fastuosa torre. Y así lo hizo, tras meses de trabajo y con el alma copada de esperanza, volvió a divisar su obra acariciando los cielos. Dichoso como pocos, el arquitecto observaba con optimismo su segunda obra perfecta, a la vez que miraba temeroso el suelo, asustado por la idea de ver otra vez su torre derruida.
Así fue pues al cabo del tiempo, que ella sucumbió fulminante una vez más sobre el frío suelo ante el estupor del arquitecto. Tiró todos sus planos y proyectos y maldijo el día en que decidió construir. Tirado sobre el mismo suelo que pisaba una vez más lo que quedaba de su torre, sollozaba él inconsolable y balbuceando con las manos sobre su cabeza, vilipendiándose a él mismo, incluso a la misma torre. En ese momento, un niño descalzo y escuálido que paseaba, se paró junto a el, depositando su diminuta mano sobre su hombro y diciéndole con inusitada caridad: ¿Por qué no alisas el suelo?.
El arquitecto, a partir de entonces acudía religiosamente mañana tras mañana y tarde tras tarde a allanar el perverso suelo que pisaba, haciéndolo con furia y devoción, todo para conseguir la tierra más tersa de todo el pueblo.
Hoy has conseguido emocionarme.
ResponderEliminarY el arquitecto, ¿volverá a construir las torres?
ResponderEliminarEl arquitecto sigue siendo arquitecto aunque se derriben mil de ellas.
ResponderEliminarsoberbio, compañero.
ResponderEliminarLo importante es que conserve la que está dentro de él
ResponderEliminarPor fin, interacción.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentar, de veras significa mucho.
ResponderEliminarGracias a vosotros por compartir vuestros pensamientos.
ResponderEliminarMe uno a los agradecimientos y las felicitaciones. Genial. Siempre me recuerdas a Conrad en el estilo.
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