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viernes, 29 de marzo de 2013

Desgaste.

Hola, asiduos del colectivo.
Sigo con mi línea actual de hablar lo más claro posible y dejarme de metáforas un tiempo (para eso ya está Fela y su maravilloso uso de la alegoría que a mi personalmente aún se me resiste).
Hoy quiero hablaros sobre algo que me viene pasando desde que tengo memoria pero que no había identificado aún: el desgaste social.

Desde bien pequeño sé que las personas, en comunidad, aparentan. Desde no sacarse los mocos en público hasta la elección de la ropa. En mi primera adolescencia tendía a criticar esto. No me parecía inteligente ni sano tener que aparentar todo el tiempo por el mero hecho de estar rodeado de personas. Supongo que esto se veía alimentado por mi tardía explosión de rebeldía (fui un niño muy tranquilo). En ese momentos tensos de mi vida yo ya había pasado por la segregación (racial, física, intelectual o la que sea), obviamente por ser el moro cabezón, con gafas y que sabía leer mejor que los demás. No os engañéis: cuando uno no encaja se la suda lo listo que sea o los cumplidos de los profesores.

Por suerte eso acabó, y hoy por hoy solo quedan reminiscencias en mi carácter que poco a poco consigo controlar más, al igual que conseguí controlar el ojo vago. Pero dejar de ser el raro no evitó que mis ideas se siguieran desarrollando en el mismo plano: ¿para qué fingir? ¿por qué no ser uno mismo?
Siendo yo mismo cause muchos estragos a mi alrededor durante mi época de instituto. Ser inteligente y observador, unido a una gran falta de empatía me hizo ser cruel, manipulador...etc. Pero todo estaba bien, yo era quien quería ser, y nadie me cohibía, básicamente porque los que sufrían mi idiotez era quienes me querían el bien, y eso es jugar con ventaja. Probablemente si me hubiera querido pasar de listo con alguno de los abusones de mi clase me las tendría que haber visto con más de uno a la salida. Y hubiera salido muy mal parado ya que la confrontación física no es lo mio en absoluto.

Pude recapacitar. No sé que fue. Creo que una chica a la que le hice daño. Por primera vez me dolía el dolor ajeno, y posiblemente ese fue el regalo más dulce de mi más temprana juventud. Me dediqué, un poco a lo Me llamo Earl  a escribir notas de disculpa a todas las personas a las que pude hacer daño con mi forma de ser. Me recuerdo repartiéndolas por el instituto días antes de que acabasen las clases de... primero de bachillerato, creo. Supongo que fue un gesto recibido por algunos como un chiste. Pero de alguna manera me hizo sentir mejor, fue un punto de inflexión en mi moral.

Así que desde entonces empecé a atenerme más a las normas, a no ser un bocas, a no decir lo que pensaba sin sopesar las consecuencias para mi y para la otra persona. No siempre me salía, pero hoy por hoy puedo decir que he logrado grandes avances. Aunque eso no significa que de vez en cuando le haga un guiño al cabronazo que hay en mí y le deje darse un paseo.

Pero eso no resolvía nada: ahora estaba en paz con los demás, pero dejaba de estarlo conmigo mismo. La bilis acumulada me ardía, y no sabía cómo escupir todo ese exceso sin dañar a nadie. Me cansaba sobremanera fingir atención e interés, y me hacía sentir muy mal salir los findes y tratar de ser algo que no era pero que encajaba. ¡Vaya dilema! Los demás o yo. Allá afuera o acá adentro.

                                                         * * * * *

Yo no bailo. Si suena The Prodigy podrás verme en la pista, ido, dando saltos y gritando al más puro estilo I DON'T GIVE A FUCK!
Pero en realidad sí que bailo: bailo lo que los demás, fumo lo que los demás, y al fin y al cabo no soy distinto a ellos. Lo único que sé es que yo al volver a casa puedo dormir en un lecho de algodón o en una cama de faquir. La naturaleza del sueño se me desvela cuando, al caer rendido, me pregunto: ¿eras tú el que bailaba? ¿eras tú el que reía? ¿eras tú el que escuchaba lo que le decían y asentí sonriendo? 
A veces sí, a veces no, pero por todas las veces que no soy yo necesito jornadas de reclusión para recomponerme. ESO es desgaste social para mi. Esta es la respuesta que le di al dilema que me atacaba desde pequeño. Ser un hipócrita a tiempo parcial siempre y cuando pueda volver a mi madriguera y restablecer los valores predeterminados del sistema. Escribiendo sobre ello por ejemplo, o quedandome una tarde en casa Pablo o con Carlos o con Santi. Con mis amigos no hay desgaste, porque no tengo nada que ocultarles actualmente. 
También surte efecto rechazar planes, no salir un viernes, como hoy. Así me siento liberado del gran hermano que es la calle y los sitios de ''marcha''. 
Quizás con el tiempo decida mudarme a un nuevo pensamiento y lo deje todo para irme a Ibiza a morir entre montañas de speed... pero lo más probable es que deje pasar de forma sosegada esto a lo que llaman juventud a la espera de que el caos de mi mente me de un respiro.
Puede que a muchos esto les parezca perder el tiempo... ya bueno, ¿y a mi qué? Si algo tengo claro es que es de estúpidos sentirse ofendido por la forma de vida de otros.

El mejor bar: callejón con amigos. Postureo = 0

2 comentarios:

  1. Cómo me cunde este estilo sencillo y claro. Ayuda mucho recapacitar. Igual te secundo en mis próximas entradas. ¡Terapia introspectiva!

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  2. ¡Notas de disculpa!¡Es maravilloso!

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