A la calle. Mirando el suelo, porque duele el sol en los ojos y las falsas estrellas. Ellas.
Pasa y siembra el caos en el páramo de mi mente enferma. Dejaría que me curase si su belleza existiese fuera de mi. ¿Pero quién es? Esa es la clave. Una desconocida más. Un amor más en este tramo de acera.
Treinta metros más adelante ya no es sino un recuerdo borroso sumado a todas las faldas, sonrisas, andares que crean en mi la quimera de la mujer que jamás tendré. Que jamás poseeré. Que jamás comerá de mi carne, ni beberá de mi sangre. Un licor ponzoñoso. O eso creo yo.
Las hubo que me amasen, pero hoy por hoy el amor es para la familia y los pocos que demostraron atesorar mis momentos como regalos.
Pero el dolor es para todas ellas que tensan mis nervios con su existencia. Y contento les ofrezco ese dolor, el de la mirada esquiva, el dolor de autobus y asfalto que solo se templa en la soledad de mi habitación, cuando trato de recordar qué las hace inmunes a mi indiferencia. Sagrada adolescencia que me hace dudar de mi honestidad cuando finjo prestar atención. Pero la belleza no es comprensible, no se habla con la hermosura, se observa. Yo la espío.
Yo deseo atarla, retorcer sus huesos hasta que grite amores y sangre debilidad. Aquí, en mi cuerpo que en otro momento solo fue contenedor de lo que algún día creí ser. Ese que fui se quema en las brasas de mis ardores.
Y mientras tanto el que trata de mantener el control aquí arriba, en mi cabeza, reniega de sus placeres por considerarlos demasiado burdos. En esto se entretiene: en pelearle palmos a mi libido mientras espera que llegue aquella persona que finalmente le haga aunar el dolor de las ascuas y el placer de la profundidad.
* * * * *
Puedes pasarte toda la vida luchando, pero nada te asegura que esa lucha vaya a dar frutos. Nada te garantiza que no vas a morir solo. Por eso lo más real que quiero construir es mi propia elección de qué es mi amor y cómo debe modelarse en mi interior, aunque el recipiente jamás tenga un contenido real. Es como formar tus principios: son necesarios para estar en paz aquí adentro, incluso si jamás llegas a ponerlos en práctica, pues jamás llegó ese momento.
La vida es riesgo. Cada pequeña decisión que uno tome, implica que un riesgo se asume y se sobrepasa (expresión del impulso vital) venciendo el miedo a eso concreto que representa el peligro real percibido.
ResponderEliminarEl petroqueo representa el riesgo más visceral- y por tanto más apasionante y excitante- que se puede llegar a sentir. Esto significa que su recreación produce en las personas los sentimientos más hondos, profundos y palpables.
Por lo tanto, tu lucha podría decirse que se resiste a la influencia básica: el instinto, la motivación más arcaica que nos impulsa en el flujo armónico de la vida. Algo tan flipante que te dedico la próxima entrada.
Puf
ResponderEliminarA qué te refieres con sagrada adolescencia?
ResponderEliminarEse último comentario no lo he escrito yo. Pero para el que lo escribió: sagrada adolescencia solo es una expresión. No tiene nada de sagrada, pero es inevitable, demasiado poderosa para evitarla, como la mano de Dios en el mundo.
ResponderEliminar