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lunes, 12 de noviembre de 2012

De Alejandro Jiménez. Primera parte.

Un escritorio desbaratado de color cián, donde en ella reposan como cadáveres objetos triviales. Una lata de refresco magullada, púas fracturadas en su meridiano, cables cual arterias que bailan un órgano que es este mi anárquico tablero de penurias, tan copada de vacua ciencia, logística y aparatos que me separan de mi materialidad más boyante, del efebo que reside en mí, de la vehemencia del vivir. Pero éste ocaso que me esquilma echó raíces y el ánimo de sentir la mendiga neblina traspasando cada glóbulo de mi ser me ha abandonado, por lo que soy su autómata, su títere y su maniquí.

Vivo en completa consonancia con las colillas escalando por mis tobillos, los libros amontonándose en fila india en las repisas, en diogénesis, desatendiendo el arcaico aullar de los perros de presa que pendonean allá afuera husmeando los recovecos de mi carne pútrida, de los que escucho sus pasos tras mi puerta esperando a que me abandone y corte esas raíces. Entre la espada y la pared penduléa mi ser en un eterno set de punto y partido, ¿qué puedo hacer?, ¿qué esperan las bestias de mí?, ¿podré dar un trastazo sin más y seguir incólume?.
Recuérdole de manera fugaz los rostros de la calle, abundantes en arrugas, pesimismo. . . Y no las añoro mínimamente, la empatía colectiva fue arrojada al fuero de Baal y no quiero volver a verlos, sus risas, su perplejidad ante lo más nimio y primordial, el parlotear inerte, el dolor que me contagia con la prontitud del Ébola. No busco ser el mártir del deceso de vuestra consciencia, porque esa voz vuestra que retumba mi espíritu como un reflejo de mi ser me caricaturiza y me ridiculiza. Mis recuerdos viven en el más extremo positivismo y os quieren barrer de la corteza terrestre como un huracán, y el día que volváis de las tierras lejanas a las que os lanzaron, imploraré a toda deidad que un rayo caído del cielo me fulmine hasta convertirme en polvo estelar. Ahora no busco nada salvo el vacío absoluto, quiero forrarme en linos y sábanas para que Morfeo me tome como rehén, lo más animoso de mis días toma forma cuando visito la alcoba y voy a abrazarla como si del último día se tratase.

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